sábado, 6 de octubre de 2012

Hasta que la muerte nos separe




Las relaciones de pareja han sido y serán una fuente inagotable de creación en lo que a dramaturgia se refiere, desde Medea y Jasón pasando por Tristán e Isolda, transformados después en Romeo y Julieta, para desembocar en Nora y Torvaldo de Casa de Muñecas, el imaginario colectivo siempre gusta de ver retratado sobre la escena esa característica particular del ser humano que se reduce a sus vínculos de pareja y todo lo que éste conlleva.

Amor, desamor, engaños, infidelidades, rencores, maltratos, separaciones, traiciones, celos, y un infinito etc. han sido llevados a la escena unas veces más afortunadas que otras pero manteniendo un mismo hilo conductor: ¿Cómo nos relacionamos íntimamente los seres humanos? Y ¿Cuáles son las consecuencias de esas relaciones?

En nuestro atribulado siglo pasado y comienzos del globalizado XXI las relaciones de pareja se han diversificado y transformado en compromisos poco duraderos y más libres, lo que sí ha sido una constante a través del tiempo es la pericia de los amantes por tratar de estar juntos por los siglos de los siglos y evitar que un tercero irrumpa en la relación para moverle el piso a cualquiera de las partes y que la haga despertar a sensaciones nuevas e insospechadas que terminen por acabar la relación o por rescatarla de la inopia.

Al igual que el venezolano, el teatro argentino desde la segunda mitad del siglo XX hasta nuestros días, se ha transformado en un teatro mucho más existencialista e íntimo, gracias por su puesto a una fuerte influencia del teatro norteamericano. El realismo psicológico irrumpió en la dramaturgia argentina para no irse más lo que produjo una cantidad de autores que hurgaron en la intimidad del ser humano y sus relaciones con el entorno. En esos casos, algunas propuestas escénicas se volcaron a escudriñar el mundo psicológico de los personajes y sus posturas ante distintos hechos humanos.

Julio Mauricio (1919-1991) pertenece a esta camada de dramaturgos, donde también podemos encontrar a Mauricio Kartum u Oswaldo Dragún, pilares fundamentales de la dramaturgia contemporánea en el país sureño. En 1969 estrenó La Valija, historia donde una pareja de esposos consolidada es agobiada por la rutina, el trabajo y el hastío, trata de llevar una relación “normal” pero se le interpone un elemento catalizador (un tercero) que logrará avivar en ella las ganas de trascender a algo más que su asfixiante rutina. Para despertar de nuevo el amor por el otro.

La Maleta, es la versión escénica que propone en 2012 el director venezolano Moisés Guevara junto a los veteranos actores: Julie Restifo y Javier Vidal, acompañados por el joven Elvis Chaveinte, bajo la producción de la Asociación Cultural Humbolt y que cumple temporada en el Espacio Plural del Trasnocho Cultural.

De esta remozada lectura del Siglo XXI, resulta una hermosa reflexión acerca del matrimonio y su necesidad de permanencia en el tiempo, aquí Moisés Guevara inteligentemente se apoya en un casting nunca antes mejor escogido. Julie Restifo, consigue unos extraordinarios matices y transiciones, dando muestras de su innegable calificativo de Primera Actriz, silencios, gestos y actitudes, hacen que el público se conmueva y la acompañe en su despertar a la vida de nuevo, luego de más de 20 años de matrimonio infeliz donde su marido se ha convertido sólo en un monologuista interminable de sus acciones laborales. Creemos que con este personaje Restifo llega a un escalón importante de su carrera.

Por su parte Vidal acompaña a su  patner y entre los dos dibujan un sentido retrato de una pareja en crisis. Su performance sorprende en tanto configura un carácter explosivo pero a la vez minuciosamente trabajado en los matices de quiebre cuando cae en cuenta del dolor que causa la traición de su amada y las consecuencias de su no atención al matrimonio.    

Elvis Chaveinte, en el papel de Horacio, el joven adonis que se enamora de Luisa (Julie Restifo) y causa que sus creencias e ideas sobre sí misma comiencen a bullir hasta llegar a cometer la infidelidad sexual, luce aplomado, correcto en su papel de tímido escritor que no logra saber cómo manifestarle a aquella mujer mayor que él su deseo. Su expresión corporal e interpretación textual logran cautivar al espectador que lo justifica y entiende en su necesidad dramática.

Un feliz trío de intérpretes que junto a la atinada dirección de Moisés Guevara y los elementos estéticos que conforman el conjunto total, nos ofrecen un teatro profesional de altura en donde aun se comprueba la vigencia de un texto teatral que escrito en los años ’60 tiene cosas que decirle a los espectadores contemporáneos y es claro pues hoy en día continuamos relacionándonos y esperando que sea “hasta que la muerte nos separe”

@rosasla

Caracas, 07/09/2012                                     


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