jueves, 28 de agosto de 2008

La Dama del Teatro Colombiano se despidió para siempre




Argentina la vio nacer, Colombia la vio convertirse en una de las mujeres más importantes del Teatro Latinoamericano. Emigró a los veinticinco años persiguiendo al amor de su vida de aquel entonces y encontró el cobijo y la magia del teatro de la mano del maestro Enrique Buenaventura y su mítico TEC, en la ciudad de Cali. Actriz, dramaturga, directora y gerente, Fanny Mikey, poco a poco se ha convertido en la referencia necesaria cuando hablar de Teatro Colombiano se trata y es que en su cabeza inquieta de cabellos encendidos, constantemente se prendían las ideas, fue así como amasó y concretó uno de sus más grandes y trascendentes legados: el Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá, sueño cumplido por once años y que hoy por hoy es una de las Bienales culturales más resaltantes en nuestro continente y en el mundo entero.
La madrugada del pasado Sábado 16 de agosto, la “Reina del teatro”, como solían llamarle, decidió partir a otros derroteros y juntarse, seguramente, con sus amigos y familiares escogidos de las tablas que ya estaban en la inmortalidad, para desde allá poder seguir concretando sueños. Hoy desde En Primera Fila queremos rendir un justo homenaje a esta gran mujer, entregándoles a nuestros lectores una entrevista que nos concedió la última vez que los caraqueños pudimos aplaudirla sobre las tablas de la Sala “José Felix Ribas” del Complejo Cultural “Teresa Carreño” con su monólogo A Fanny lo que es de Fanny, en el marco del I Festival Internacional de Monólogos que se organizara en nuestro país en el año 2005. He aquí sus palabras, su vitalidad y sus pensamientos que compartimos en un desayuno en las instalaciones de un conocido hotel capitalino donde se alojaba, nos sentimos afortunados de poderles brindar el pensar de una mujer inmortal para el Teatro en Latinoamérica.

Un nombre de historieta
“Mucha gente me pregunta que por qué he escogido un nombre de historieta y yo les digo que no, que cómo se les ocurre que una actriz seria como yo vaya a escoger un nombre de historieta para mí. Cuando mi papá llegó de Europa, el tipo de la inmigración entendió mal y en vez de poner Mikea que era el apellido original, pues se equivocó y puso Mikey y por eso yo digo que yo soy anterior al Ratón Mickey, y no me lo han reconocido” El sentido del humor de Fanny Mikey es arrollador, es impactante poder estar conversando con una mujer que irradia vitalidad y constantemente ríe, aunque al hablar de sus comienzos y todos los obstáculos que tuvo que saltar para poder dedicarse al arte teatral se le llene la mirada de nostalgia y cuente: “Nací en Argentina. Cuando tenía casi dieciséis años, acompañé a una amiga a un ensayo de teatro donde su novio era el director, yo estaba sentada y él me dijo: ‘suba a escena y me hace esta improvisación’ yo intenté decirle que no, pero él insistió y me explicó: ‘usted tiene que entrar a pedir trabajo a un señor, su mamá está enferma y sus hermanos se están muriendo de hambre’ Yo me olvidé de todo, agarré, me tiré al piso, lloré e hice mi improvisación y al terminar me dice: ‘usted se queda a trabajar con nosotros’, así empecé. Yo nunca pensé en ser actriz, estaba en primer año de Abogacía y jamás me pasaba por la cabeza hacer teatro. Empecé con él y con una gran profesora que teníamos en la Argentina que se llamaba Eddy Kirilan [sic]. Trabajé mucho con ellos durante varios años y también tuve que irme de mi casa, obviamente, porque mi papá no quería que fuera actriz, pero después me enamoré perdidamente y el tipo me exigía que dejara el teatro: ‘el teatro o el amor’, y yo decidí dejar el teatro por el amor, muy estúpidamente, porque eso no es cierto: cuando uno tiene la vocación no puede dejarla por otra cosa. Pues me casé con y me puse a trabajar y hasta llegué a ser gerente de una empresa, pero tampoco me dejaba hacer teatro ‘piénsalo un año’ me dijo y pues al año me di cuenta que no, que yo amaba el teatro y me tuve que separar de él, desde entonces mi vida es el teatro”.

Del Sur al Norte
Apasionada, enamorada, intensa, Fanny descubre en el teatro su forma de vida y su entrega fue total, comienza a hacer teatro independiente y se enfila en el elenco del OLAT (Organización Latinoamericana de Teatro) y es ahí cuando aparece la posibilidad de viajar hasta Colombia: “En ese momento estaba Jorge Label de director mío, ese gran director que después se fue a Francia y al él irse, yo decidí. Le escribí a un antiguo novio que se encontraba en Colombia y me ‘engatuzó’ tanto que me dije: bueno me voy a Colombia por unos meses. Me quedé para siempre. Aunque luego me separé del amor, me quedé en Colombia porque sentí que Colombia era mi país, mi vida. Me atrajo su gente, el trópico. En Cali junto a Enrique Buenaventura, mis primeros años en ese país los pasé en el TEC (Teatro de Cali) con el que era mi compañero, Pedro Martínez y Enrique Buenaventura. Luego regresé una temporada a la Argentina y me mudé definitivamente a Bogotá. Desde el año sesenta estoy en Bogotá, mi hijo es colombiano, mis amigos son colombianos, los amores que he tenido son colombianos, yo represento a Colombia internacionalmente, y la verdad soy muy feliz de vivir en Colombia.”

La Gata Caliente
Cuando llega a Bogotá, trabaja durante ocho años en el TPB (Teatro popular de Bogotá) con Jorge Alí Triana, allí hizo papeles de Ionesco, Miller y se dio cuenta que no sólo actuaba sino que se dedicaba a todo, así fue a Buenos Aires de nuevo, se encontró entonces con los Cafés Concerts de Nacha Guevara: “decidí que iba a hacer lo mismo en Bogotá. Fue maravilloso, el impacto, fui como la niña mimada de Colombia, no necesitaba grandes despliegues escenográficos, en cualquier parte lo hacíamos, se llamaba La gata caliente, cree un público, una corriente, pero ese no era mi fuerte, hasta que en Bogotá, encontré un lugar, una bodega y empecé a buscar dinero por todas partes. Así fundé el primer teatro mío, el Teatro Nacional de la Carrera 71 (Teatro de la Castellana ) y posteriormente, mi niña mimada que es la Casa del Teatro Nacional, también en Bogotá, donde tenemos talleres, enseñamos a gente de distintas edades, presentamos obras.
Con una descripción tan maravillosa de logros y experiencias fascinantes, Fanny va encantando con su discurso y le brillan sus ojos cuando hablar de su trabajo se trata, sus puestas en escena, sus personajes, sus amigos, sus amantes, por eso nos saltó la interrogante ¿Es que Fanny Mikey lo ha probado todo en el teatro? A lo que salta inmediatamente para replicar: “¿Cómo se te ocurre? Lo hermoso de la vida es que no lo probamos todo, que siempre hay más para probar, y aparte que soy una mujer de muchos años, pero que digo que no tengo años porque aun tengo muchos proyectos por hacer y que ese es el sabor de mi vida. No me siento una actriz consagrada.

Fanny la mujer
“Entre la actriz y la mujer creo que hay una gran camaradería” -dice- “la actriz ayuda a Fanny Mikey y Fanny Mikey ayuda a la actriz, porque creo que cada ser humano que está en el mundo de la actuación, aunque diga lo contrario, algo de su vida entrega a su papel, por eso nunca veremos dos Hamlet iguales o dos Medea iguales, es parte del espíritu de uno. Yo sí sé que soy una mujer linda y rica emocionalmente porque muchos papeles me han ayudado a vivir. La verdad que mi vida ha sido muy dura, cuando cualquier niña me dice ‘quiero ser como tú’ yo le respondo: ‘no creo que estés en capacidad de pasar por tanto como yo’, pero todo valió la pena, quizá hubiese querido tener más tiempo para el placer, por estar entregada demasiado a la batalla del teatro, pero no me arrepiento en absoluto.”

El actor y la técnica
“He notado una cosa en mi vida de actriz, cuando hago una primera lectura, en esa lectura hay momentos que me emociono, que me muero hasta las lágrimas y cuando eso ocurre, me doy cuenta que esa parte la tengo que fijar así, pero obviamente después viene el trabajo de análisis y trabajo corporal y sensorial y el retrato que te da el director. Yo soy una actriz sensorial. Porque hay muchos actores, que son grandes actores que pueden elaborar rápidamente un personaje, yo no, yo entrego mis vísceras al personaje, por eso me canso tanto al terminar cada noche. Siento muchas veces que el personaje me domina. He estudiado mucho, tengo muchos años, pero la pasión es una cosa nueva en cada personaje, la técnica es todo lo que uno ha aprendido y que la utilizas directamente con ellos. Uno va adquiriendo la técnica y ella se va incorporando y después se hace de forma natural, forma parte de la vida del actor. A los más jóvenes hay que decirles que no existe la inmediatez, hay que saber que están iniciando una vocación muy dura, que tienen que tener una conciencia bien férrea a lo cual se enfrentan y que no esperen resultados inmediatos.

Su gran obra El Iberoamericano de Teatro de Bogotá
El Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá, surge a partir que Fanny participa en el Festival Cervantino (México) y entiende lo importante que era un encuentro de este tipo para el teatro en Colombia, junto a Ramiro Osorio, que era el director del Festival Cervantino, armaron el primer encuentro. A partir de ahí no se ha detenido en la entrega bi-anual, una cita que arribó el pasado mes de marzo de 2008 a su XI entrega y que paraliza al país en cada Edición: “Es un pedazo de evento teatral de grandes magnitudes y de alta repercusión. Hay gente que le gusta y otra que le disgusta, porque no creas que todo el mundo al comienzo es feliz cuando ve el triunfo del otro, al principio había mucha polémica, posiciones encontradas, sin embargo, ha situado una expresión artística en un país que no la tenía y ha sentado el precedente de considerar a las artes escénicas como una expresión de paz, de vida, de confrontación, encuentro y fortalecimiento de la identidad”.
Esa era Fanny Mikey, la mujer, la actriz, la directora, la gerente, la luchadora, la artista. Los que pudimos estar minutos cerca de ella y disfrutarla sobre la escena tuvimos la certeza que estábamos ante una presencia que hechizaba con su desfachatez e ímpetu por entregar todo en el escenario y fuera de él.
La mujer de cabello encendido no está más, queda su legado, sus enseñanzas, sus personajes en el recuerdo, su particular voz ronca negada a dejar su acento natal y mezclándolo con el acento de la patria adquirida por amor y a la que le entregó toda la pasión de su vida. Sí hay una cosa que reconocer entre tantas que construyó, es lograr aglutinar a su alrededor la mística y el motor incansable de una personalidad avasallante, para conseguir lo que se propusiera en el terreno que fuese. Donde quiera que esté paz a sus restos y eternos aplausos, que es como se despide a los grandes de la escena.

L. A. R.
Caracas, 28 de agosto de 2008

lunes, 18 de agosto de 2008

La dupla Palamides - Palencia, sigue haciendo de las suyas


Entre los meses de junio y julio se estuvo presentado en la Sala Teatro San Martín de Caracas, la versión venezolana, escrita por Elio Palencia, de la pieza original del uruguayo Florencio Sánchez, Barranca abajo, una coproducción de la Compañía Nacional de Teatro y El Grupo Teatro de Repertorio Latino Americano (TEATRELA) a la par que en el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, se mostraba Penitentes, original del exitoso dramaturgo venezolano y que durante este mes de agosto vuelve en segunda temporada luego de perturbar al público caraqueño con su peculiar temática.
Una vuelta al teatro realista

Barranca abajo, representa para Latinoamérica, uno de esos textos clásicos de nuestra dramaturgia, que se toman como referencia obligada cuando hay que hablar de teatro en este lado del mundo. Su autor, Florencio Sánchez, la concibió en 1905, hoy después de ciento tres años de escrita, aún impacta por su gran contenido social. Y no puede ser de otra forma, cuando estamos frente a un clásico, por eso los llamamos de esa manera, siempre están vigentes.

Escuchar el texto (remozado y adaptado por la inteligente pluma de Elio Palencia) Es estar frente a los conflictos eternos que nuestros países han sufrido desde su emancipación. La justicia territorial, la justicia e igualdad social, la opresión, la supervivencia del más apto y la supremacía de ricos sobre pobres. Hoy en día las cosas no han cambiado, seguimos transitando el mismo camino y la situación por la que pasa el protagonista de Barranca abajo, seguro la está viviendo cualquiera de nuestros campesinos en algún poblado remoto de nuestras regiones.

Don Zoilo, debe evitar que su familia se desmorone por la pérdida de sus tierras a mano de terratenientes inescrupulosos, además de luchar por la pugna interna familiar y los enfrentamientos que lo primero ocasiona. Todo parece estar confabulado para que Zoilo fracase y así sucede, inevitablemente, la desesperación y la depresión le ganan el juego y le vencen para terminar con su vida, solo, abandonado y triste.

El director, Costa Palamides, consigue en esta puesta dibujar sin espectacularidad pero con destreza, el cuadro realista (al estilo Rengifo) de una manera extraordinaria, su veteranía y madurez como puestista le hace utilizar sus recursos intuitivos de director y su técnica conocida para recrearnos el oído y la vista con imágenes contundentes, sabe conducir a sus actores y logra inteligentemente no traspasar la línea delgada del drama al melodrama, que es lo riesgoso de este tipo de textos.

Gracias al casting que lo acompaña, Palamides, logra hilar fino, entregando una lectura de Barranca abajo, auténtica, sincera, donde el espectador disfruta de convincentes y sólidas caracterizaciones de la mano de: las primeras actrices, Virginia Urdaneta y Nirma Prieto; el encanto y talento de Norma Monasterios, quien en este papel se crece como la maléfica cuñada que lleva las situaciones al borde del abismo; William Escalante y José Gregorio Martínez, duchos en su oficio y las jóvenes: Emily Mena y Mariela Reyes, como las hijas de Zoilo. Definitivamente un elenco que supo amalgamarse de manera perfecta para junto a su director llevar el mensaje deseado.

Un punto a su favor se apunta la Compañía Nacional de Teatro (transformada en coproductora de espectáculos a nivel nacional, en alianzas con distintos grupos) con Barranca abajo, gracias a la solidez del trabajo que por más de 20 años viene realizando TEATRELA. Era necesario y justo que después de tanto probar dieran en el blanco con una alianza estratégica muy eficaz, y no podría esperarse otro resultado cuando se cobija bajo la buena sombra que puede brindar un colectivo teatral tan profesional y serio como TEATRELA, que junto a una esmerada producción de Cocó Seijas y Juan Carlos Azuaje, colocan la guinda al helado, para demostrar que sí se puede producir con calidad y profesionalismo sobre nuestras tablas.


Elio Palencia sigue dando de qué hablar
Ya había abierto el compás de discusión y llenado centímetros de columnas en los periódicos, aunado a las discusiones en cafés y particulares, con su polémica La Quinta Dayana, que arrasó con los Premios Municipales de Teatro de Caracas de 2007, al proponer la revisión del tema transgénico en las tablas venezolanas por primera vez. Dos temporadas le sirvieron para levantar la polémica y tener admiradores y detractores, sin embargo, Palencia no se quedó ahí y arremetió desde el CELARG, esta vez en la Sala Experimental con su obra Penitentes.

Protagonizada por Ludwing Pineda, Delbis Cardona y José Gregorio Martínez, Penitentes nos cuenta los antecedentes y consecuencias que rodearon la muerte de un importante personaje de la iglesia católica venezolana, ocurrido en un hotel de la ciudad a manos, aparentemente, de su amante homosexual y cómo el hecho hizo mella en la opinión pública y en las altas esferas de la iglesia y el gobierno, convirtiéndose en un acontecimiento que había que callar y resolver de inmediato por las implicaciones del caso.
Lo interesante de este drama contemporáneo que nos entrega Palencia, es su estructura de relato, los saltos en el tiempo y flash back de la acción dramática, nos hacen enterarnos de cómo, supuestamente, pudieron ocurrir los hechos que llevaron a la muerte del religioso. Su ruptura de linealidad consigue cómoda horma de nuevo de la mano del puestista y director Costa Palamides, quien traduce en los actores y en el espacio espectacular de su lectura estas rupturas, haciendo que el dinamismo y el ritmo conviertan al espectador en atento voyeur de las últimas horas de la víctima en cuestión.

No sólo por la temática que pone en el tapete Palencia, es que esta pieza se hace foco de las miradas de todos, sino que el tratamiento que le da Palamides corona lo pedido por el dramaturgo: saciar la sed de morbo del espectador curioso, más aún acompañado por este sólido trío de actores, que sin mucho esfuerzo logran enganchar al público con su presencia escénica y lo contundente de sus parlamentos y acciones: Ludwing Pineda, demuestra una vez más su sapiencia del oficio y nos entrega un religioso desviado, obsesionado y condenado por él mismo y por sus actos. Delbis Cardona como el compañero sentimental, se crece como actor en este dramático papel y desborda en desesperación y ansiedad de no saberse amado por el objeto deseado. Por su parte José Gregorio Martínez, echa mano de su encanto en escena y su gran talento, demostrando un aparente culpable, un gigoló de los bajos fondos, que se enreda la vida por haber estado la última noche con el occiso por casualidad y ambición.

Inteligente resolución espacial, de parte de Valentina Hertz y de vestuario, en manos de Omar Borges, junto a la producción como siempre de altura que ofrece TEATRELA como colectivo escénico con Cocó Seijas y Juan Carlos Azuaje a la cabeza.

Una dupla que ha descubierto, con dos montajes, que una comunión eficaz entre dramaturgo y director, aunado al profesionalismo, el talento y la veteranía, de sus actores y productores, demuestran una vez más que si es posible coronar con muy buen teatro nuestra cartelera teatral, ojalá continúen trabajando en conjunto.

L. A. R.
Caracas, 18 de agosto de 2008

domingo, 10 de agosto de 2008

El TET y Contrajuego proponen sendas visiones del país



Parecía que el momento no iba a llegar, tuvimos que esperar casi una década de ebullición política, social y económica, para que los creadores del Teatro Venezolano volcaran su mirada hacia lo que nos está pasando como sociedad. Hasta el momento, algunas agrupaciones aisladas habían hecho el intento, pero sin ninguna trascendencia, hoy gracias a los montajes: Marat Sade y Parece que va a temblar, podemos decir que nuestra escena nacional dispara las alarmas y escenifica el reflejo de una nación cada vez más viciada y carente de valores.

El TET de cumpleaños
Hace ya treinta y cinco años que un grupo de experimentadores teatrales asumió el reto de reunirse en los sótanos del Aula Magna y sellar lo que dio lugar al Taller Experimental de Teatro (TET), liderado en aquel entonces por Eduardo Gil. Más de tres décadas han pasado de constantes búsquedas, de definición de un lenguaje propio, de introducción de nuevas técnicas escénicas, de vanguardia y renovación de la escena venezolana, eran los años setenta y con ellos asistíamos al génesis de una de las agrupaciones que hoy en día es punto de referencia y ejemplo de profesionalismo y estudio de las artes escénicas en Venezuela.

La celebración de los treinta y cinco del TET, no podía ser de otra manera, sino con bombos y platillos, botando la casa por la ventana, pero no literalmente, sino simbólicamente, lo que llamaremos botar la casa por la ventana, en este caso, se reduce a invertir creatividad, ingenio, compromiso profesional y político para colocar en escena una pieza como Marat Sade, original de Peter Weiss, uno de los dramaturgos europeos más reconocidos del Siglo XX, brillantemente dirigido por Juan Cordido.

“Marat-Sade relata su anécdota en el sanatorio de Charenton, donde se presenta una obra teatral que un ilustre paciente, el Marqués de Sade, ha escrito y dirigido. Esta pieza es interpretada por otros internos de la institución. El tema: el asesinato del líder jacobino Jean-Paul Marat, por parte de la joven girondina, Charlotte Corday en 1793. El tema opone dos conceptos enemigos de la revolución, el de Sade sobre la revolución de la libertad y el individuo y el de Marat sobre la igualdad social y el fin de la pobreza”. [1]

Con sendas posturas ideológicas en torno a la revolución política que eternamente ha intentado el hombre a lo largo de la historia universal, es que, sagazmente, el director, hace confluir en este montaje una impecable interpretación de sus histriones, junto a una arrojada puesta en escena plena de teatro minimalista y multimedia, cargada de simbología muy impactante, que hace reflexionar acerca de nuestro proceso político actual.

El TET denuncia, grita fuerte, rompe esquemas, es contundente, mordaz, incisivo, penetrante y da justo en el clavo con lo que un artista de la sociedad venezolana actual vive en medio del ojo del huracán de una mal llamada “Revolución”; que después de casi una década, todos nos preguntamos: ¿Dónde está?

Con ese particular estilo transgresor, que ya el texto por sí mismo arguye, se dibuja una extraordinaria crítica, tomando una anécdota pasada para contar un hecho histórico actual, a la mejor manera del teatro “cabrujiano”, el colectivo experimental, toma el texto de Weiss y lo presenta para hablarnos de nosotros mismos. Un despliegue multimedia, recursos técnicos creativos, luz, videos, música, cuerpos, voces, textos, impregnan el espacio, sin permitir descanso alguno durante hora y media, para contar los momentos finales de la vida de Jean Paul Marat, un fascinante juego donde la metateatralidad es la protagonista y la yuxtaposición de espacios temporales juegan a narrar la locura de una revolución perdida.

Las interpretaciones resaltan y cautivan al espectador, por su sencillez y contundencia, por el despojo del elemento escenográfico y la decoración, por la carencia del vestuario elaborado. He ahí donde reside la magia, el actor como es, dejando que el personaje denuncie y grite a los cuatro vientos la poca consciencia de una sociedad arrastrada al vicio político, que se revuelca en sus propios excrementos sin darse cuenta de lo que hace. Exactamente como los desquiciados del Sanatorio de Charenton. Determinantes son las caracterizaciones de Carlos Sanchez Torrealba en su papel de Sade y de Jesús Sosa, como el atormentado Marat, en ellos se sostiene todo el conjunto de actores, junto a una exquisita Charlotte Corday, en la voz de todo el elenco (acierto innegable de la dirección) y el cuerpo y emociones de Auraelena Pizanni. También resaltan los trabajos de los veteranos: Guilermo Díaz Yuma, Alma Blanco y Ludwing Pineda, junto a los jóvenes Ángel Ordaz y Dixon Da Costa.
En resumen, asistimos a la concreción de un inteligente montaje, sin pretensiones espectaculares, que lejos de convertirse en un panfleto político, impacta por su auténtica y fina crítica social. Con esta puesta en escena el TET acierta de nuevo y da cuenta de sus treinta y cinco años de madurez profesional sobre las tablas venezolanas.

Un terremoto se avecina
En 2003, el director, actor y dramaturgo Ricardo Nortier, de origen brasilero, pero radicado hace ya muchos años en Venezuela, realizó una disección de nuestra sociedad a propósito de los eventos políticos acaecidos en el país durante 2002. Nortier se distanció de los hechos y sus consecuencias, produjo así, una trilogía de textos intitulada: Revoluciones Por Minuto, contentiva de las piezas: Parece que va a temblar, Esperancita y Semáforo. La primera cumple temporada en la Sala Horacio Peterson del Ateneo de Caracas, gracias a las interpretaciones de: Eulalia Siso, Antonieta Colón, Gabriel Agüero, Arianna Savio y Alberto Alifa, bajo la dirección de Orlando Arocha, líder del grupo Contrajuego y que con este montaje se convierte en uno de los directores venezolanos más comprometidos con su realidad circundante.
Arocha, literalmente encajona la puesta en escena, la asfixia, la limita a un espacio incrustado, es una caja, que representa la sala de la típica casa de La Abuela (Antonieta Colón), de una familia clase media venida a menos. Ahí está uno de los aciertos de la dirección, la creación de este espacio, produce inmediatamente la asfixia, la aglomeración, el hacinamiento, la falta de aire: así se encuentra la familia venezolana. Destinada a sobrevivir a una realidad, que, en muchos casos no hemos escogido y que parte de los caprichos de una dirigencia política extraviada. En consecuencia, los personajes de esta disfuncional familia venezolana, fracasan eternamente, intentan el cambio, quieren pero no pueden y por eso sobreviene el hastío, la impotencia y finalmente la resignación y el vivir de batallas intrascendentes que nunca se ganarán: “Son figuras que tratan de hacer su propia revolución desde la más básica cotidianidad. Ya no hay posibilidad de transformación, reina el fastidio, el desencuentro, la intolerancia y como individuos imponen sus ideas radicales, discursos vacíos, temas banales.”[2]

Lo más terrible del asunto, es que, esa es la realidad no sólo de la familia, sino de las instituciones que nos gobiernan, donde impera el vicio, el arribismo, la corrupción, la ignorancia, la marginalidad, la dejadez y la falta de proyectos de país en función de sus necesidades. Cada quien defiende su pequeño territorio, su bolsa de comida, su bozal de arepas. Como bestias, se agrede al otro sin importar las consecuencias. Nos asesinamos, insultamos, ignoramos, maltratamos, injuriamos y nadie hace nada la impunidad es la gran protagonista.

Parece que va a temblar, bebe lo más oscuro del venezolano, retrata con fina pluma en cuatro monólogos, las miserias de un país y sus habitantes, o mejor dicho, sus sobrevivientes. Inteligentemente, Nortier introduce el dedo en la llaga para causarnos el dolor más profundo y golpear duro. Su estructura dramatúrgica invita al soliloquio, a la reflexión, al pensamiento introspectivo de cada personaje, a la individualidad, cada uno monologa, aunque esté el otro, no importa lo que diga: los más grandes improperios, maldiciones y vejaciones, se escupen en un discurso que no trasciende al otro personaje, pues la indiferencia es tal que ya ni siquiera importa qué sucede con mi semejante y si es mi familia menos aun.

No sólo la pérdida de la esperanza, sino el verdadero debacle de los más elementales principios de humanidad están en tela de juicio en esta pieza. Que irrumpe en la escena caraqueña como un llamado de alerta, si se quiere, como un grito desgarrador en medio de tanto silencio y tanto aguantar golpes, en ese mismo instante cuando creemos que las fuerzas nos abandonan, es ahí donde los cuatro personajes de esta tragicomedia contemporánea “vomitan” sus putrefactos verbos.

Los actores por su parte evidencian la correcta dirección de Arocha. Este es un montaje meramente textual, no hay casi dramaturgia escénica, no se necesita, el movimiento está en el interior de cada personaje, son volcanes en plena erupción, pero han impedido tanto que ésta ocurra, que cuando sobreviene la lava ya está convertida en humo, por eso no se escuchan entre ellos. Resaltan las interpretaciones de Colón, a quien teníamos tiempo sin disfrutar de su talento en escena, actriz de gran madurez histriónica, que debería ocupar mayores listas de elencos en las tablas venezolanas. Eulalia Siso, demuestra su veteranía en el papel de La Madre , ella es todas las madres venezolanas, no panfletaria, no estereotipo, todo lo contrario, es la encarnación de la clase media profesional extraída de raíz y despojada de toda posibilidad de retoño. Los jóvenes: Agüero y Savio, representan dignamente a las nuevas generaciones de actores venezolanos, el primero, formado en la agrupación Rajatabla, se hace su propio camino en el difícil arte de la actuación, pero siempre sale airoso por su indiscutible talento. Por su parte Arianna Savio, arranca con esta pieza su vida de actriz profesional, con muy buen pie, auténtica, con verdad en lo que le toca representar. Alifa, echa mano de sus años en el medio actoral y resuelve de manera correcta su papel de Padre-parásito, sin muchos artificios.

En consecuencia, tanto el Taller Experimental de Teatro como la agrupación Contrajuego, han dado un golpe certero en la cartelera teatral caraqueña, han despertado el silencio y estamos seguros propiciarán la discusión estética, dramatúrgica, social y política tan necesaria en estos tiempos. Más aún si su seno es el arte teatral. Como ya lo han afirmado muchos, el teatro es vocero de su sociedad, cuenta los procesos de transformación de los pueblos que lo producen, gracias estos sendos montajes, podemos decir que ha comenzado a verse la luz al final del túnel.
L. A. R
Caracas, 05 de agosto de 2008
[2] Tomado del programa de mano de la obra.