miércoles, 17 de agosto de 2011

El teatro en Caracas: golpe a golpe verso a verso






El teatro en Caracas, se ha convertido en una suerte de pera de boxeo, pese a la florida marquesina que ostentamos cada fin de semana (con más de 30 piezas en cartelera) y la pululación de espacios no c


onvencionales como bares, restaurantes, y todo lugar donde quepan unas 20 personas, ahí hay cabida para cualquier evento dramático que entretenga al ávido transeúnte necesitado de por lo menos una hora de esparcimiento, mientras hace tiempo para escapar del tráfico o se resguarda de la temible inseguridad que por estos tiempos juega con los caraqueños a la Ruleta Rusa.

Decimos pera de boxeo, porque a pesar de que podría ser una buena noticia la cantidad de espectáculos que se programan por doquier, cada vez hay menos salas convencionales donde los desesperados artistas escénicos encarnen a sus personajes. Otro golpe se asesta al ya maltratado teatro caraqueño y es la salida de la Fundación Proscenio de la regencia de la Sala de Teatro Luisela Díaz, sala que en un período de siete años (tiempo que duró la gestión de la mencionada fundación) fue recuperada, reformada, dotada y puesta a la disponibilidad del público en un ambiente idóneo para tal fin como lo es el Caracas Theater Club en la colina de la urbanización San Román.

Liderados por el actor, director, dramaturgo y gerente teatral José Manuel Ascensao, la Fundación Proscenio regaló a la ciudad uno de los espacios más placenteros, tanto para los espectadores, como para los artistas. Dentro de la Sala Luisela Díaz, los artistas además de sentirnos como en casa, nos sentíamos tratados como tiene que ser, con respeto a nuestro trabajo, con consideraciones y beneficios que ya quisieran muchos disfrutar en cualquier otro espacio teatral y es que no podía ser de otra forma cuando un hombre de teatro como Ascensao conocía y padecía el mundo escénico del cual es protagonista.

Lo cierto del caso es que el pasado domingo 14 de agosto la Sala Luisela Díaz cerró sus puertas al público comercial, por una decisión arbitraria de la Junta Directiva del Caracas Theater Club, quienes exigen más puestos de estacionamiento para sus socios, quitando la posibilidad al público externo de protegerse del hampa al asistir a los espectáculos. Una decisión de esta naturaleza no sólo nos despoja de un espacio ideal para los artistas, sino que deja al público caraqueño una vez más sin otro recinto para la cultura. Y por culpa de un estacionamiento.

La reflexión apunta entonces a preguntarnos si la Junta Directiva de un club que además se denomina “Theater” es decir TEATRO en inglés y además que ha sido uno de los pioneros en la actividad teatral dentro de las comunidades de este tipo, deje no sólo de ofrecer este placer al público en Caracas, sino de percibir las ganancias que por el arriendo de la Sala entraban a sus arcas e incluso impedir a sus propios socios (que disfrutaban de entradas gratis al teatro) poder continuar apreciando las propuestas de los hacedores del arte de Dionisios. Con sincera honestidad no comprendemos la incongruencia de esta decisión que nos corrobora la tesis que no solamente recibimos golpes de los líderes que rigen los destinos de la cultura oficial en el país, sino que también de quien menos nos esperamos nos dan un derechazo. Sería pertinente quizás proponer entonces que el club cambiara de nombre, para ser más coherentes con las decisiones tomadas.

Desde esta columna aboguemos por una salida viable a la situación y exhortamos a la sindéresis a la Junta Directiva del Caracas Theater Club para que toda su comunidad y el público caraqueño puedan continuar disfrutando de un espacio de cultura que se merece. Amén de ratificar nuestro apoyo y solidaridad incondicional a la gestión del gerente José Manuel Ascensao y todo su equipo (que suman más de 300 personas empleadas).

L.A.R

Caracas, 16 de agosto de 2011.

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lunes, 8 de agosto de 2011

El día que la historia de la humanidad cambió


Era una mañana como cualquier otra, una mañana de verano, casi entrando el otoño en la ciudad de Nueva York, la gente en su rutina nunca imaginó cómo sus vidas estaban destinadas a transformarse en un horror.

Aviones secuestrados: atentados terroristas contra el World Trade Center, uno de los centros financieros más significativos de la ciudad. Uno de los íconos más famosos de la arquitectura de la Gran Manzana fue derribado en 50 minutos por dos aviones que penetraron sus entrañas con la furia de un proyectil indetenible e inevitable. Bajo la mirada atónita del mundo entero, el corazón de la ciudad más importante del mundo fue destrozado en mil pedazos y como un castillo de naipes las torres Norte y Sur se desplomaron, arrastrando con ellas a miles de personas inocentes y transformando definitivamente la seguridad del país más poderoso del mundo.

Este año se cumplirá una década de esa mañana nefasta que dejó muerte, guerra y desencajó la vida de la humanidad volviéndola más vulnerable, más aterrorizada y mucho más indefensa ante la furia y el miedo de los que creen son los amos del mundo.

El pasado viernes, el Grupo Teatral REPICO, estrenó su más reciente pieza, de la mano de uno de nuestros más prolijos dramaturgos: Gustavo Ott, quien en una audacia dramatúrgica, crea un texto impactante donde logra sintetizar los 50 minutos más terribles que nos ha tocado presenciar a la humanidad. En un despliegue de inteligencia y poesía, Ott consigue paralizar al espectador con el relato de las Torres Gemelas y asistimos a su agonía, quizás impensable que podamos escuchar la historia de su propia muerte de boca de la Torre Norte y Torre Sur, humanizadas, transformadas en dos mujeres ultrajadas que relatan su agonía minuto a minuto. Sólo una mente tan aguda y comprometida con su entorno puede imaginarse cómo padecieron estas moles de concreto su propia muerte. Sólo un artista de la talla de Gustavo Ott ha podido vislumbrar y ponerse en la posición de estos dos rascacielos y elucubrar desde el punto de vista humano cómo se agotaba su existencia.

Monstruos en el closet, ogros bajo la cama, es el título que decidió el dramaturgo colocar a éste, su más reciente obra, para significar el miedo paralizante que dejó el trágico suceso del 11 de septiembre de 2001 a todos los que lo vivieron y padecieron y a todos los que después de ver ese infierno más nunca pudieron conciliar el sueño y viven presas del pánico.

Bajo la batuta de la directora Consuelo Trum, REPICO logra una propuesta desgarradora sin exacerbaciones, ni dramatismos. Este es un gran acierto de la dirección. Ya que el relato de Ott es demasiado duro y penetrante como para revolcarse en el dolor. Más bien la frialdad y la contundencia con la que Trum maneja a sus actrices y cómo interpretan a los diferentes personajes, hace que el impacto sea mayor. Lenni Márquez y Valeria Castillo, son las arrojadas actrices que asumen la difícil tarea de encarnar a Las Torres Norte y Sur, respectivamente. Además de una cantidad de personajes que fueron protagonistas del suceso, dentro y fuera del Word Trade Center aquella mañana hace ya diez años. Hábilmente el dramaturgo intercala los relatos de los humanos: aeromozas, madres, hijos, padres, esposos, bomberos, rescatistas, etc. Que fallecieron o sobrevivieron al atentado en medio del relato atormentado de las dos torres que no entienden los que les pasan hasta que se ven demolidas a escombros.

Las actrices logran conmover y concretar un desempeño impecable que junto a la concepción estética de la puesta en escena, traslada al público al momento de la tragedia. Jesús Barrios (Escenografía); Joaquín Nandéz (Vestuario); Darío Perdomo (Iluminación) y Claudia Aponte (Música Original) engranan un equipo de estetas que logran impactar de manera eficaz al espectador y comprender la idea extraordinaria de su directora para conformar un espectáculo sólido que todo el mundo debe apreciar para entender de una forma hermosamente terrible, por qué aquel 11 de septiembre nos cambio la historia a todos.

L. A. R.

Caracas, 08 de agosto de 2011.

Comentarios: luisalbertorosas@gmail.com

martes, 2 de agosto de 2011

Paco dio su última función



No esperábamos que fuese tan pronto. La noticia de la enfermedad de Francisco “Paco” Alfaro, nos golpeó fuerte a todos los hombres y mujeres que hacemos el teatro de hoy en día en Venezuela. No era posible, pero como sabíamos el carácter de Paco, quizás, tristes, acotábamos a la noticia que él era un hombre fuerte y saldría airoso de ésta como siempre lo hizo de las situaciones más insólitas a la que se sometió después que tuvo en sus hombros la responsabilidad de conducir a la agrupación más emblemática del Teatro venezolano-Rajatabla- a consecuencia de la también repentina muerte de su amigo y fundador Carlos Giménez en 1993. Dieciocho años pasaron y contra todo pronóstico, Paco se subió al timón y logró enderezar la nave que muchos pensamos iba a naufragar en cualquier momento por la ausencia del padre genio. Sin embargo, no ocurrió y para grata sorpresa de todos los venezolanos Rajatabla sigue allí, incólume e indestructible y Paco y su equipo con su sagacidad de productor fue quien logró mantenerla a flote.

Sus facetas eran muchas, actor, maestro de actores, productor y gerente, lograba destacarse en todas y demostrar que era necesario “dar un nuevo rumbo a nuestro teatro”. Al celebrarse en el mes de febrero pasado los 40 años de la agrupación, Paco, como su líder natural, afirmaba la necesidad de replantearse nuevos lenguajes sobre la escena y continuar ofreciendo el mejor teatro de arte.

Desde el timón, manejó hábilmente los destinos de Rajatabla por buen camino y los condujo a excelente puerto dando oportunidad a que las generaciones de actores, directores y sobre todo a los nuevos dramaturgos venezolanos, asumieran la responsabilidad que les tocaba vivir y demostraran que sí hay futuro sobre las tablas en Venezuela. Gracias a uno de sus más importantes proyectos: Concurso de dramaturgia venezolana. Convocó y montó sobre el escenario a autores reconocidos y nuevos, para confrontar sus textos, sus montajes y abrió el abanico de posibilidades a la gran camada de actores que comenzaban en las tablas y que mañana serán los que asuman el mando del timón.

Eso no lo podía hacer, sino un hombre con visión de futuro y un artista apasionado por su profesión, a la que no abandonó nunca. Como actor, lo disfrutamos y nos conmovimos con sus interpretaciones en José Amindra de Roberto Azuaje, o en Trastos viejos, de Javier Vidal. También nos cautivó con su personificación de Buñuel en la aplaudida: Buñuel Dalí Lorca, del catalán Alfonso Plou y en más de 80 puestas en escena donde su timidez cotidiana quedaba de lado y se transfiguraba de forma mágica respondiendo al talento que le fue entregado desde su nacimiento en Madrid hacia el año ’50.

Su última función la luchó el martes pasado y como todo artista consiguió traspasar las fronteras del territorio desconocido para trascender entre aplausos y legar como buen maestro su motivo de existencia en este plano: el buen teatro.

¡Paz y aplausos para la eternidad!

L. A. R

Caracas, 31 de julio de 2011.