lunes, 28 de julio de 2008

Cuando la guerra no nos deja dormir en paz


El segundo semestre del año 2008, comienza con inusitadas propuestas escénicas en la marquesina teatral caraqueña, decimos inusitadas, porque observamos un cambio radical, un giro de 180°, que pronosticamos hace algunos años ocurriría en nuestro teatro venezolano. En ese pronóstico, decíamos, que llegará el momento en que se cumpla el ciclo y la fórmula comercial se agote, para que nuestro arte escénico vuelva sus ojos a otros derroteros y tome el brillo que en otrora tuvo.
Evidentemente que todo pasa por un proceso de decantación, la sociedad venezolana ha vivido y vive terribles dinámicas políticas, económicas, sociales. La vorágine de situaciones en las que nos hemos visto envueltos, no permitía, hasta ahora, vislumbrar desde dónde debíamos hablar, qué teníamos que plantear sobre la escena, cuáles eran los textos adecuados, cuáles eran las necesidades del público, por eso le dimos durante más de de diez años el pan y circo que todos conocemos. La reflexión inexistente apuntaba a: ¡Que se rían, que se diviertan y no piensen, ya es suficiente con lo que aparece en la televisión y lo que se vive a diario! En consecuencia se produjo un teatro de la evasión o evasivo, como se quiera llamar.

El hechizo se ha roto, enhorabuena, desde comienzos del mes de junio y el transcurso de julio, la cartelera teatral caraqueña se ha visto plagada de montajes que retoman el compromiso del dramaturgo, el director, los actores y estetas por crear una verdadera tribuna desde donde se puede entender el mundo y el país donde vivimos. Piezas venezolanas o de dramaturgos extranjeros, han puesto la lupa sobre lo que nos ha pasado, nos pasa y nos podría pasar. El teatrero venezolano ha despertado del sueño en el que se encontraba y este nuevo amanecer acurre, no de gratis, gracias al vigoroso movimiento teatral de los nuevos grupos de jóvenes comprometidos con su arte y sobre todo con su sociedad, aunados a los ya establecidos que continúan luchando por exponer sus trabajos más allá de la superficialidad de la forma.

Cuando la guerra no nos deja dormir en paz
Una de las más atroces invenciones del ser humano, es la guerra, la lucha por territorios, filosofías, religiones, comercio, riquezas, en fin, la pugna armada se ha convertido, desde que el hombre está en la faz de la tierra, en una de las formas más inútiles de conseguir cualquier reivindicación. Pero lo terrible de la guerra no es ella en sí misma, no, sino los inocentes que dan la cara o sufren los embates de los conflictos y deben resignarse a perder seres queridos, casas, pertenencias, ser desplazados o simplemente morir, por una causa que muchas veces les es ajena.
La joven agrupación, Tumba Rancho Teatro, liderada por Karin Valecillos, Jesús Carreño y Giovanny García, han reflexionado el asunto desde su inteligente visión de artistas teatrales y han producido un conmovedor y contundente espectáculo intitulado: Cuentos de guerra para dormir en paz, pluma original de Valecillos y dirección de Carreño, que se presenta en la galería Espacios Cálidos del Ateneo de Caracas hasta el mes de agosto.

Karin Valecillos, dramaturga y guionista de televisión, ha sabido abrirse camino en el difícil mundo de las letras venezolanas, su persistencia y ganas de ser escuchada, le han permitido comenzar a sonar y ganarse la atención del público con textos sencillos, pero de trascendencia en la memoria colectiva del caraqueño y más dirigidos a un espectador que estaba abandonado, el joven; ese espectador que no supera la veintena y que se identifica inmediatamente con sus escritos, porque les habla su mismo idioma. Desde Isabel sueña con orquídeas, su primera pieza infantil, producida por el Grupo Actoral 80, pasando por Los tres mosqueteros, El día que Peter Pan conoció a Wendy Pérez, hasta Lo que Kurt Cobain se llevó, entre otras, Valecillos se ha proporcionado un justo reconocimiento y con su más reciente trabajo, invita a no perderle atención como una de las nuevas dramaturgas venezolanas que pronto hay que estudiar.

Esta vez, la dramaturga, nos cuenta una historia fragmentada en cuatro partes: Grita Kassandra; Un chiste de las Malvinas; Mandrake Copperfield, hijo de Houdinni y El Medio Oriente es de Carúpano para allá. Cuatro piezas breves que nos hablan de seres humanos inmersos en la injusticia de la guerra. La primera, es la historia de Tihana y Danica, dos hermanas separadas por la Guerra que ocasiona la desaparición de Yugoslavia (1991) pero unidas por el culebrón venezolano Kassandra, que fue transmitido en ese país y permitió un cese al fuego cuando fue televisado su último capítulo. La segunda, coloca el dedo en la llaga del conflicto de las islas Malvinas en los años ‘80 y la repercusión de éste en sus ex combatientes. A manera de chiste, Valecillos apunta directo a la crítica de las consecuencias de un inútil enfrentamiento. La tercera, con extraordinaria sencillez y ternura, nos presenta una pareja de desplazados colombianos, aunque no combatientes, son víctimas de una pugna política que por más de cuarenta años ha cobrado la vida de millones de seres humanos en la vecina Colombia. Finalmente la risa de nuevo, ese humor venezolano tan característico, adereza la terrible invasión al Medio Oriente por parte de Estados Unidos para desatar la Guerra del Golfo Pérsico que todos “disfrutamos” en primera fila a través de la televisión. Una pareja oriunda de Carúpano (población del Oriente venezolano) escucha la noticia por radio y su ignorancia e inocencia los hace creer que el Medio Oriente es el territorio donde ellos viven.
Por su parte Jesús Carreño, con su puesta en escena sin espectacularidad, se apoya en la dramaturgia y el poder que ella emana, para armar un espectáculo sencillo, deja de lado la forma para concentrarse en el contenido. Acertadamente conduce a sus actores al buen decir, a la verdad escénica y a mostrar las distintas situaciones sin pretensiones y creemos es allí donde se centra el acierto. Esta es una pieza para escuchar. Muy difícil de representar, en tanto se puede coquetear con el melodrama, lo cursi, o el panfleto político, cosa que no ocurre, gracias a las letras de Valecillos y a la correcta guía de Carreño. No podemos dejar de nombrar en la propuesta de dirección, la inclusión de la atmósfera musical en vivo, a cargo de los músicos Abiram Brizuela, como compositor y ejecutante, acompañado de Ana Elba Dominguez, Adriana Hernández, Andrea Ziri-Castro y Beiteth Briceño. Ciertamente en trascendente comunión con las anécdotas contadas.

Nathalia Paolini, Patrizia Fusco, Giovanny García, Elvis Chaveinte, Jesús Carreño e Indira Jiménez, son los encargados de encarnar las cuatro historias, más un corto metraje, proyectado a manera de transición entre los diálogos, El brillo, original de Carreño y dirigido por Robert Calzadilla, que completa el abanico de puntos de vista del álgido tema. De sus caracterizaciones sin duda hay que resaltar la uniformidad actoral de alto nivel. Sin más recursos que sus cuerpos, voces y emociones los seis intérpretes, dan rienda suelta a su talento para entregar al público un sincero conmovedor panorama, pleno de compromiso con la profesión escénica.
En síntesis, con este montaje, los jóvenes de Tumba Rancho Teatro, estamos seguros, se colocan sus pantalones largos para entrar en las páginas de la historia del teatro venezolano como la nueva generación que despierta al gigante arte escénico profesional de nuestro país. ¡Bravo!

L. A. R.

Caracas, 28 de Julio de 2008

martes, 15 de julio de 2008

Teatro para todos los gustos

El corazón cultural de la ciudad de Caracas, durante el mes de junio y comienzo de julio, ofreció cuatro propuestas escénicas que demuestran el indetenible esfuerzo de los artistas del teatro venezolano por exponer sus trabajos: Los dioses del Sur; Confesiones de Adán y Eva; Hembras, mito y café y El cruce sobre el Niágara, son sus títulos y se presentaron en las salas: Rajatabla, de Conciertos, Espacio Alternativo La Terraza y Horacio Peterson del Ateneo de Caracas, respectivamente.

Un entierro que lleva a la muerte

Rajatabla, continuando su ciclo Primera muestra- Concurso de dramaturgia nacional, en homenaje al maestro Gilberto Pinto, exhibió su segundo montaje de la mano del novel dramaturgo venezolano Vicente Lira, bajo la dirección de José Domínguez y con las correctas interpretaciones de: Gerardo Luongo, Rafael Marrero, Dora Farías, Demis Gutiérrez, Mayo Higuera, Pedro Pineda, Simona Chirinos y Yurahí Castro.

Lira, con su mordaz texto, hace una irónica crítica de la idiosincrasia venezolana y el sistema burocrático que nos envuelve cuando deseamos realizar lo que aparentemente pueda ser tan fácil como es el entierro de un ser querido. En este caso, el protagonista, Rodolfo (Rafael Marrero) se encuentra en el trance de dar sepultura al cadáver de su tía (famosa estrella de la televisión venezolana) y al intentarlo, descubre que hay un cadáver ocupando la fosa de la fallecida. A partir de esta premisa, Rodolfo apela por la buena fe de los distintos y particulares personajes que hacen vida en el camposanto para ayudarle en su cometido, pero más que eso, lo que logran es conducirlo al borde de la locura y finalmente a su propia muerte.

Lo interesante a resaltar en este montaje es la exigencia actoral, ya que de acuerdo a la puesta en escena diseñada por José Domínguez y el texto de Lira, se propone que cada actor encarne tres personajes distintos y es ahí donde estalla la comedia de confusiones, cuando Rodolfo se siente timado por la similitud física de cada personaje con otro.

Resaltamos el correcto diseño de dirección escénica, aunado al logro estético del espacio de la mano del escenógrafo Héctor Becerra. El desenvolvimiento actoral, sorprende en los trabajos de caracterización de Mayo Higuera encarnando los personajes: Suerte, Simón y Hermes; revelación joven de la escena actual que seguro dará mucho de qué hablar en un futuro cercano, gracias a su talento y arrojo escénico. Asimismo, Dora Farías, con desenfado, da muestras de su madurez actoral, acompañados de las convincentes caracterizaciones de Gerardo Luongo y Rafael Marrero en el atormentado Rodolfo. Mención especial merecen Pedro Pineda y Simona Chirinos como Las Moiras, especies de espíritus residentes del cementerio que le sirven a Lira como Corifeos de su historia.

Gracias a este montaje, insistimos en afirmar que Rajatabla va en el camino de renovación y de encuentro de nuevas propuestas estéticas que le permitan alejarse de las glorias pasadas de su fundador Carlos Giménez y enfrentar los nuevos retos escénicos del Teatro Venezolano de nuestro tiempo.

Los primeros amantes de la historia
De la mano de Proyecto Azul, el pasado 02 de mayo, se estrenó en la Sala de Conciertos del Ateneo de Caracas, una nueva versión del texto original del escritor estadounidense Mark Twain Diario de Adán y Eva, esta vez titulado: Confesiones de Adán y Eva, escrito a cuatro manos para teatro por Gladys Prince y Anabel García.

En un montaje carente de espectacularidad, su directora, autora, protagonista y productora, Gladys Prince, recurre a concentrarse en el texto de Twain sin muchos artilugios escenográficos ni estéticos. Acompañada de Daniel Jiménez (Adán) y Oscar Aldón (Dios) nos cuenta las vicisitudes de los dos primeros seres humanos sobre la tierra, según la mitología bíblica, aderezado de las típicas situaciones contemporáneas en las que se puede conseguir una pareja de “esposos”, más cuando se trata de los personajes en cuestión, quienes por primera vez descubren su entorno, hasta caer en la tentación del pecado original que todos conocemos.

La dirección no se arriesga demasiado, se dedica más bien en el decir del texto y en la comicidad que ofrece la anécdota. Sentimos que el espectáculo obtendría mejores resultados si Prince se concentrara en un solo rol de todos los que desempeña, esto no quiere decir que no esté ofreciéndonos un producto correcto, sin embargo pensamos pudo aprovechar mucho más las posibilidades que le ofrece la historia si su atención y energía se volcarán a un solo renglón. Ya la dirección de un espectáculo supone una atención suprema y lo que gana la directora, lo pierde la actriz, o se le escapa a la productora.

Por su parte los caracteres masculinos se desenvuelven más cómodos y cumplen de manera convincente con sus roles. Evidentemente, para Oscar Aldón se posibilita más fácilmente el enganche con el espectador, porque su personaje (Dios) se muestra de una forma más jocosa, irónica y actual, lo que permite que inmediatamente el público se identifique desde la comicidad con él.

De féminas mitológicas, cabaret y café

La joven agrupación TEARTES, desprendida de la Escuela de Artes de la Universidad Central de Venezuela, bajo la dirección de Jericó Montilla, vuelve a escena con el café -concert –cabaret, Hembras mito y café, una suerte de compendio de fragmentos de textos de: Marguerite Yourcenard, León Febres Cordero y Jugani Johanne. La hábil directora, recoge las historias de nueve mujeres que conviven en un Bar, para llevárselas al espectador de una forma sencilla, dinámica y divertida. Las vidas de los reconocidos arquetipos femeninos inmortalizados en la tragedia griega: Fedra, Clitemnestra, Medea, Ariadna, Yocasta, Electra, Helena, Antígona y Hécuba, ofrecen sus dramas enmarcados en la suave penumbra y la sordidez de la cotidianidad de la noche “cabaretera” entre canciones, gemidos, coreografías y muy poca vestimenta, nos permiten conocer las trágicas existencias de cada una.

Definitivamente el acierto de esta puesta en escena (que se puede disfrutar en el nuevo Espacio Alternativo: La terraza del Ateneo de Caracas) es su conceptualización y estructura, al posibilitar un encuentro, amable y divertido con estos complejos personajes. Gracias a la interpretación de: Louani Rivero, Angélica Robles, Leila Vargas-Hera, Mónica Quintero, Eloísa Vera-Andrea Quintero, Samantha Castillo, Ángela Meléndez, Sara Valero y María Claret Corado, el público se regocijará de una hora de confesiones descarnadas y en las que podemos observar una maravillosa posibilidad de deleite del nuevo talento escénico femenino que traen las nuevas generaciones teatrales del país.

Un nivel actoral bastante uniforme, junto a la acertada dirección de actrices por parte de Montilla, cada fémina hace alarde de su talento en una inmediata conexión con el espectador, a quienes encantan y seducen.

Tal vez un mayor apoyo técnico, para este nuevo espacio, podría habernos colocado frente a un gran espectáculo de cabaret, que hace tiempo no disfrutábamos en la marquesina teatral caraqueña. Con esta nueva temporada TEARTES deja en claro que el teatro venezolano cuenta con un muy buen relevo para los próximos años.

Sobre las aguas del Niágara

El Grupo Actoral 80 y el Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral (CELCIT), ofrecen al público caraqueño una nueva lectura del reconocido texto del peruano Alonso Alegría, merecedor del Premio Casa de las Américas del año 1969. Gracias a la puesta en escena de Melissa Wolf y las interpretaciones de Daniel Rodríguez y Jesús Cova.

Sin lugar a dudas se debe resaltar la importante labor que desarrolla el veterano hombre de teatro Héctor Manrique, director de las dos instituciones garantes de la producción de este montaje, al facilitar la incursión en nuestro arte escénico de los nuevos talentos que serán los responsables de conducir los destinos del teatro venezolano que está por venir. Esta propuesta escénica de El cruce sobre el Niágara, así lo demuestra, cuando su staff de creadores no llegan a la treintena, sumándose la arrojada conducción escénica de Melissa Wolf, a quien veíamos en sus comienzos actorales y pequeñas incursiones en la dirección, con este montaje, Melissa sube un gran escalón en su propósito de convertirse en una de las pocas mujeres directoras de nuestro país y lo hace de la mano de un muy inteligente texto dramático, en el que se evidencia la veteranía de un gran dramaturgo.

Pero Wolf no está sola y convoca en su aventura sobre el Niágara a dos contundentes histriones: Daniel Rodríguez y Jesús Cova, del primero ya habíamos señalado en sus anteriores trabajos la destreza escénica y su arrolladora presencia teatral que le permite literalmente estar como “pez en el agua” en su oficio. Rodríguez encarnando al equilibrista francés Charles Blondín, demuestra su ascenso en el difícil arte de la interpretación, dando fe de su formación y disciplina actoral en un complejo y exigente carácter que supone unas condiciones físicas muy particulares, en sus manos, este personaje se concreta de manera convincente, divertida y en conexión con su innegable talento, sentimos que únicamente debe poner atención a su desempeño vocal que podría en un futuro encasillarlo, sin necesidad, en una forma de recitar el diálogo característica, nada grave con atención de la dirección y conciencia del propio Rodríguez, es un tema que se supera fácilmente. Por su parte, Cova, a quien no habíamos visto en las tablas venezolanas, sorprende por su frescura y autenticidad escénica, entregando un carácter conmovedor, que hace reflexionar acerca de la naturalidad y desenfado del actor sobre la escena y cómo se afronta un personaje con verdad y organicidad.

La dirección se apoyó sólidamente en el gran texto dramático de Alegría y en la correcta orientación de actores, Melissa Wolf se cobija inteligentemente bajo el talento de sus histriones y los sabe acompañar, brindando una lectura escénica que péndula entre los polos del naturalismo y el anti-naturalismo.

Nada fácil resulta enfrentarse a una pluma dramática como ésta, con una anécdota que pide apelar a la convención teatral, cuando en la segunda parte del espectáculo debemos salir de la casa del protagonista y acompañar al dúo en su reto de cruzar las fieras cataratas, uno sobre los hombros del otro. Una revisión de la propuesta del espacio escénico, en búsqueda de la síntesis permitiría a la directora obtener un gran espectáculo, pero sin temor a equivocarnos estamos seguros que con un inicio en la dirección de esta forma, Wolf en poco tiempo formará parte de las directoras más destacadas de la escena venezolana.

En resumen, cuatro espectáculos que demuestran el indetenible trabajo de los creadores del teatro profesional venezolano, que, saltando las limitaciones de producción y la carencia de espacios de representación, ofrecen lo mejor de sí para dar fe del vigoroso movimiento teatral caraqueño, que comienza a dar muestras de su alejamiento de la superficialidad comercial para entregar al espectador algo más que diversión.

L. A. R. *
Caracas, 12 de Julio de 2008