viernes, 29 de junio de 2012

La Dama de la Cultura ya no está




Cúa, Estado Miranda, la vio nacer un 15 de octubre de 1908, año convulsionado en la política del país, salía Castro del poder para entrar Gómez y comenzar la más férrea dictadura que ha conocido Venezuela en su contemporaneidad. Ese fue el panorama que vio crecer a María Teresa Castillo, quien debió abandonar su Cúa natal debido al fallecimiento de su padre Rafael Castillo. Su madre María Teresa Terán Dunlop y su hermana Alicia, debieron abandonar la provincia para hacerse un porvenir en la capital. Así llega a Caracas y entre venta de dulces y sacrificio, va creciendo la que sería llamada La Dama de la Cultura venezolana.

Con sólo 20 años ya es una activista en contra de la dictadura gomecista y entra en las filas de la llamada Generación del 28, grupo de estudiantes, intelectuales y artistas que levantan su grito en contra del “Benemérito”. Una mujer de fuerte templanza y decisiones contundentes, María Teresa Castillo siempre tuvo como Norte la justicia y la defensa de la libertad, jamás durante sus 103 años de existencia descansó para conseguir lo que se proponía. Fue una mujer que transformó la visión y participación de las féminas en distintos ámbitos de aquel país que apenas veía la alborada de la democracia. Hasta ser presa política cuando las primeras organizaciones intentaban dar una respuesta de libertad y pluralidad a la nación.

Desde 1942 estuvo ligada activamente al periodismo como reportera del Diario Últimas Noticias hasta conseguir licenciarse en la Universidad Central de Venezuela en 1949 perteneciente a la primera promoción Leoncio Martínez de donde egresa junto a Miguel Otero Silva, su compañero de vida, con quien contrae matrimonio en 1947, para no separarse jamás sino hasta la muerte del excelso periodista y escritor, fundador del Diario El Nacional.

De allí en adelante la lucha de la Dama de la cultura no descansará hasta su retiro de la vida pública ocurrido a los 99 años de edad.

Quizás su mayor legado es su desempeño como Presidenta vitalicia del Ateneo de Caracas, cargo que asume en 1958 y desde ese momento no descansó en convertir, como lo hizo, a esta institución en la referencia y centro cultural más importante del país. El Ateneo, se transformó rápidamente en casa que cobijaba y cobija las expresiones más diversas del pensamiento político y artístico, académico y popular, amén de las diversas manifestaciones culturales: el teatro, las artes plásticas, el cine, la música, la danza, fueron el motor que impulsó la vida de María Teresa Castillo y se propuso, hasta lograrlo, que el Ateneo generara e irradiara un impresionante movimiento cultural que constituyó una referencia en Latinoamérica. A la vez que dio techo a innumerables proyectos que vieron luz desde esa casa: el grupo teatral Rajatabla, el Centro de Creación e Investigación Teatral (CELCIT), la Fundación Teatro Teresa Carreño, El Instituto Internacional de Teatro (ITI), el Sistema de Orquestas Infantiles y Juveniles, El Festival Nacional e Internacional de Caracas, son sólo algunos de los sueños alcanzados por María Teresa, enumerar sus logros sería imposible.

Pero sentimos, y creemos que los lectores estarán de acuerdo con nosotros, que el mayor logro de esta incansable mujer es siempre mantener una humilde sonrisa en los labios y jamás limitar a nadie en su posibilidad de expresión y desarrollo de su arte. El apoyo a los jóvenes y la creencia en un mejor país a través del hecho cultural, le permitió siempre tener las puertas abiertas a cualquier propuesta por sencilla o novel que pareciese y todo el tiempo brindar el apoyo incondicional viniese de donde viniese.

Junto a su equipo de trabajo pudo transformar y brindarle al venezolano la posibilidad de acceder a las mejores manifestaciones culturales del mundo, sin distingo de ningún tipo. Sin condiciones consiguió gerenciar una impresionante épica de la cultura venezolana, pero no desde el protagonismo individual, todo lo contrario, si no en pro de que el pueblo venezolano pudiera entrar en contacto con la cultura.

Como lo ejemplifica Tulio Hernández, en el ensayo: La pasión como forma de vida contenido en el libro homenaje que le hiciera el Ateneo de Caracas: María Teresa Castillo, retratos de una pasión:

“Lo que la gente quiere y admira en María Teresa no es tanto un curriculum, sino una dimensión ilimitada del cariño y la pasión, no la condición de ser promotora de un repertorio de determinadas obras, sino el encarnar un sentimiento escaso y extraño en naciones de culturas democráticas e inacabadas, titubeantes e inseguras. Ese sentimiento se explica en la capacidad de ser a la vez pluralista y comprometida, tolerante y combativa (…) de servir de puente entre las convenciones tradicionales del poder y la irreverencia de los artistas (…) pero su ingrediente particular es el haber hecho todo desde una postura  personal, más parecida a la inocencia que a las estrategias modernas de quienes aspiran a la fama” (1998:24)  
 
            Esa era la Dama de la cultura que nos entrega un legado inmenso, desde su partida ocurrida la madrugada del viernes pasado a sus 103 años. Es el momento de tomarla como ejemplo y de utilizar sus enseñanzas en pro de superar los desvíos frenéticos de la profunda división e ignorancia en los que se sume la vida cultural y política de la actualidad.

¡Doña María Teresa, Gracias por enseñarnos la libertad!

Caracas, 25 de junio de 2012
@rosasla