Desde la semana
pasada se lleva a cabo la representación de la pieza teatral Pedro y el Capitán, original del
escritor uruguayo Mario Benedetti, fallecido en 2009, a cargo del Grupo
Teatral REPICO, en el Teatro Municipal de Caracas, bajo la batuta de la
directora Consuelo Trum y las actuaciones de Vicente Peña y Adolfo Nittoli.
Pedro y el Capitán, es un grito en
contra de la represión, escrita en 1979 por un Benedetti exiliado a causa de la
dictadura militar que asoló al Uruguay desde 1973 y hasta 1985. Su estructura
se reduce a un espacio intimista (una sala de interrogatorios) donde el Capitán
intenta sacar alguna información al torturado Pedro, quien leal a sus ideas y a
la dignidad de todo luchador político, no revela ninguna información así le
cueste la vida.
Aunque el
recinto de representación no es el más adecuado para este montaje, debido a la
lejanía del público con respecto al dispositivo escénico, Consuelo Trum supo
saltar las limitaciones de tales dimensiones y logra eficazmente conectar a su
público con la situación planteada. La solución escenográfica, más el lenguaje
visual (a través de una cámara de video en vivo) permite que el público como voyeur pueda apreciar y padecer los
rostros, expresiones y gestos de un acto deleznable: el interrogatorio a un
inocente en contra de un régimen absoluto.
Lo interesante
es observar cómo esta pieza, escrita en 1979 bajo las circunstancias en las que
fue creada, cobra relevancia y puede hoy en 2012 decirnos algo a los
venezolanos y más aún en un recinto como el Teatro Municipal. Nos referimos a
cómo un texto teatral cobra importancia y vigencia según el marco social en el
que sea insertado. No cabe duda que leer a Benedetti en su drama de perseguido
político en un mundo de ficción dividido en dos bandos tiene mucho que decirles
a los venezolanos de hoy. Al igual que entender el genio de Mario Benedetti al
lograr que su opresor (El Capitán) pueda ser doblegado por el oprimido (Pedro)
sólo con la fortaleza de aguantar torturas hasta morir y poder con su silencio
transformar y destruir a su oponente.
La puesta de
Trum luce correcta, precisa y sin titubeos. Se apoya en sus actores, y como
buena conductora de intérpretes, los lleva a conmover al espectador. Nittoli,
se presenta muy bien plantado en la difícil tarea de representar al opresor, en
tanto este tipo de personajes coquetea muy fácilmente con el estereotipo, cosa
que no permite Nittoli, si abogamos por ajustar el final del personaje en
presentarlo de forma un poco más descolocado ante la negativa de confesión de
su oponente.
Por su parte
Vicente Peña, tiene el privilegio de ser uno de nuestros histriones más
versátiles en el teatro venezolano actual, no hemos visto hasta el momento un
trabajo escénico donde se repita o eche mano de algún recurso viciado. Todo lo
contrario, es un verdadero camaleón que se transfigura a la altura de las
necesidades que el papel requiera. Aquí construye un carácter con puntada fina
y permite que el espectador se solidarice con su drama, entienda y lo acompañe
en su vía crucis.
En definitiva
esta segunda vuelta de REPICO de la mano de Benedetti (ya en 2004 habían
llevado a escena la divertida comedia amorosa Ida y vuelta) es un punto a su favor, entendiendo lo golpeados que
se encuentran los colectivos teatrales privados que se preocupan por llevar al
espectador caraqueño teatro de calidad que sensibilice y no sólo divierta.
Estamos seguros que esta lectura escénica de Pedro y el Capitán ganará al
ser llevada a espacios escénicos de menor aforo en donde el espectador se
introduzca dentro de la celda de interrogatorios. Puede ser entonces cuando
podamos entender que la tolerancia y el respeto por las ideas del otro son el
mejor camino de la convivencia en libertad.
@rosasla
Caracas, 01 de
junio de 2012.
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