miércoles, 14 de abril de 2010

Los cerezos de Souki







Todo proceso creativo es una decisión individual, en el teatro esa individualidad se transforma necesariamente en colectivo para poder concretar una puesta en escena, pues para ello no solamente necesitamos decidir lo que queremos llevar a las tablas, sino contar con las capacidades de producción y artísticas que supone representar hoy en día en Caracas un espectáculo.

La revisión de los clásicos, es necesaria. Todo artista que se comprometa seriamente con su profesión, debe mirar atrás para comprender cómo esos textos dramáticos catalogados por los estudiosos como clásicos, causaron en su momento importantes sismas y cambios fundamentales en las dinámicas de las escenas mundiales. Antón Chéjov, ignorado en un principio y glorificado después gracias a las interpretaciones de sus piezas en la Rusia de Stanislavski, entra en esta galería al ser el acompañante silente del naciente “naturalismo” sobre el escenario. El teatro se adelantaba a su época e infringía los caducos y cansones códigos actorales de finales del siglo XIX. De una forma profética los dramas “chejovianos” adelantaban lo que posteriormente serían las actuaciones en uno de los inventos más trascendentes de la historia de la humanidad: la televisión.

Hoy en día, detenerse frente a un texto catalogado como clásico no implica hacer teatro de “museo”, teatro antropológico, aquel que gusta montar a la usanza de la época que lo creó sin modificar comas, puntos y con la misma forma de representar del momento, pensar en eso luego de las transgresiones escénicas y las rupturas de las vanguardias, significaría retroceder el avance vertiginoso de la humanidad, más cuando en este instante podemos estar conectados igualmente con Rusia que con China o podemos saber lo que ocurre en vivo en el Cairo. Echar atrás es imposible, no hay manera, por lo tanto escenificar El jardín de los cerezos en la Caracas de 2009, no sólo se transforma en una lectura propicia (más aún con el tema que envuelve la pieza) si no que se traduce en una aventura titánica, lograr acercar a este autor, a veces tan hermético, a un público que ya se rindió en las fauces del teatro comercial en donde noche a noche evade su realidad a mandíbula batiente.

La recién creada agrupación Imaginarios de Venezuela, liderada por el joven director Juan Carlos Souki, asumió el reto y concreta en la Sala de Teatro 1 del Centro de Estudios Latinoamericano Rómulo Gallegos (CELARG) su lectura de El Jardín de los cerezos, producida por Daniela Tugues, con las interpretaciones de: Marialejandra Martín y Adolfo Cubas, acompañados de un elenco conformado por: Reinaldo Rivas, Virginia Lancaster, Gabriel Blanco, Nathalia Paolini, Adriana Romero, Giovanny García, Carmen La Roche y Víctor Romero.

La original historia escrita hacia 1904 y fechada como la última pieza del dramaturgo ruso, cuenta la anécdota de una familia y de su hacienda, en el tránsito de los siglos XIX al XX. La heredera, Liubov Andréievna Ranévskaia (Marialejandra Martín) regresa de París, arruinada, y encara el dilema de vender o no la propiedad para que se torne un centro vacacional, como aconseja el mercader Ermolái Alexeievich Lopajín (Adolfo Cubas) un antiguo criado.

Souki en su versión dramatúrgica y escénica, conserva el hilo principal de la acción dramática de Chejov, sin embargo, apuesta por centrar su atención en las relaciones eróticas que según él unen a los personajes. El Jardín… es una pieza eminentemente política y social, ella, refleja una sociedad decadente donde la burguesía cae estrepitosamente, para dar paso a un nuevo orden social (antesala a la Revolución Rusa de principios de Siglo XX) lo interesante de los personajes “Chejovianos” resulta ser cómo estos personajes “aparentemente” están ajenos a lo que sucede, creen que todo está bien y normal, lo conmovedor es cómo el dramaturgo ruso, lleva esa transformación y erupción externa al interior de sus caracteres.

Lo importante, creemos, no es que haya una lectura erótica y que estos habitantes de la hacienda se deseen de una manera desenfrenada, no, lo resaltante es cómo aún teniendo esos deseos irrefrenables no puedan concretarlos, así como no encuentran una solución a su deleznable situación económica. Allí es donde pensamos cae la versión de Souki. Sentimos que la carga erótica y el desnudo sin cortapisas no significan trasgresión alguna, más en los tiempos vividos, y con esto no queremos indicar que exista un alejamiento y equivocación de interpretación, creemos más bien que el foco de atención en este momento político y social exclusivo venezolano, es otro y no el erotismo.

Ahí donde los personajes se tocan, se besan, hacen el amor frente al espectador, dan rienda suelta a sus pasiones, ahí es donde no hay aroma a Chejov, y no lo puede haber. No se trata de traiciones ni academicismos dogmáticos, en lo absoluto, pero ¿Si Hamlet no dudara, qué sería de él? ¿Qué es válido?, pues es obvio, por lo que acotábamos al principio, es una lectura una visión que añade un punto de honor a tal tarea de revisar a un Chejov. Interesante sería ver cómo esos terratenientes de la Rusia finisecular se desplomaban y daban paso a un nuevo orden social en yuxtaposición a una Venezuela en donde se pregona una supuesta revolución. Cómo una nueva clase política irrumpe en el poder y hace desmoronarse todo el sistema hasta el momento mantenido.

Esta lectura de El jardín de los cerezos añade sin embargo códigos escénicos importantes a resaltar: un cuidado estético en cuanto a la iluminación crea atmósferas encantadoras para el espectador, la dinámica de dirección en la puesta en escena, activa el ritmo y genera interés en el público contemporáneo. Insistiríamos un mayor rigor en la línea estética del montaje en cuanto a vestuario y elementos escénicos, lo que nos hace dudar de dónde nos encontramos, ¿La obra ocurre en Rusia? ¿Ocurre en Caracas? ¿De qué época estamos hablando? Al parecer el lenguaje de los personajes nos acerca a un “venezolanismo” pero se comenta y exigen rublos y no bolívares, hay realmente un querer acercar el tema a los venezolanos o simplemente cambios y sacrificio de escenas por no hacer el clásico “un ladrillo” como se suele decir de este tipo de textos en el argot teatral.

En cuanto a los intérpretes, se nota un nivel acorde con las exigencias del montaje y una sólida amalgama de histriones, resaltando los trabajos de Adriana Romero, Reinaldo Rivas y Giovanny García. Es de destacar dos particulares momentos escénicos, la escena de la gran fiesta que organiza la familia y que Souki inteligentemente traslada al baño de la casa para que los personajes usen el sitio como especie de confesionario, que expiará sus atormentadas mentes, asimismo, la escena final en donde Marialejandra Martín y Adolfo Cubas sin emitir frase alguna se enfrentan por última vez antes que la protagonista abandone su casa.

Pequeños detalles que permiten conformar un todo y que muchas veces por querer impresionar descuidamos. No solamente la atención se centra en el “espectacularidad” de la escena, en su forma, también los contenidos que yacen detrás de ella son fundamentales, en síntesis, creemos es una buena posibilidad de acercarse a un teatro bien producido y con novedosas lecturas, que estamos seguros acercará al espectador al mismo, sin embargo cabría preguntarse si ese espectador sale de la sala conociendo un drama “chejoviano” o simplemente encantado por las carnosidades que estaban frente a sus ojos… habría que hacer una encuesta.

L.A.R.

Caracas, 21 de Septiembre de 2009

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