martes, 6 de abril de 2010

La última y la Primera: Cuando quiero llorar no lloro y La visita de las generales

La última

Hablar de Rajatabla, es hablar de la historia teatral del país contemporáneo, en 1971 de la mano del director Carlos Giménez, comienzan sus actividades gracias al apoyo de María Teresa Castillo en la antigua casa que albergaba el Ateneo de Caracas, poco a poco se fueron transformando en el grupo de referencia fuera y dentro de nuestras fronteras con sus arriesgadas y espectaculares puestas en escena de ese visionario que se llamó Carlos Giménez. Pero Giménez dejó un legado, formó, transmitió su sapiencia del oficio de las tablas y los frutos de esa siembra los vemos en la actualidad, gracias a Francisco Alfaro, quien se encargó de guiar los destinos de la acéfala agrupación, debido al fallecimiento prematuro de Giménez.

Hoy nos entregan una cuidada versión del clásico literario contemporáneo Cuando quiero llorar no lloro, novela, escrita a finales de los años ’70 que irrumpió en la consciencia colectiva, como una válvula de escape y reflejo de la atribulada sociedad de entonces. Reeditada y traducida a varios idiomas, adaptada para cine, televisión y ahora para teatro. Este texto de MOS, nos muestra una realidad que hasta hoy no ha cambiado mucho: la violencia, separada por clases sociales. Sus tres protagonistas Los Victorinos, “conforman un sólo personaje, convertido en el emblema de una juventud condenada a muerte, en una Venezuela donde los sueños se frustran cada día por la dinámica social. Este drama colectivo, infortunadamente -con cambios de época- sigue ocurriendo”.

Bajo la dirección de José “Pepe” Domínguez, quien además realiza la adaptación teatral, se ofrece un espectáculo dinámico, cuidado, profesional y pleno de bondades escénicas que logra elevar de nuevo a Rajatabla al sitial que había perdido en esta última etapa sin Giménez a la cabeza. La razón es que vuelven a sus raíces, miran de nuevo a su estética particular a ese “espectáculo Gimeniano” que bien les supo heredar su progenitor y aciertan, porque no se trata de una copia de la puestas de Giménez, sino una re-dimensión de sus lecturas escénicas, a través de las cuales, Pepe Domínguez, se concentra en el movimiento del colectivo actoral junto al multifuncional aparato escénico, acompañado de la música en vivo. Y consigue el éxito. Bien se dice que volver los ojos al origen siempre es necesario, no para repetir esquemas, como acotábamos, sino para reinterpretarlos y trascenderlos.

Junto al director, sus actores no lo abandonan y forman una llave eficaz, un colectivo donde pocas individualidades pueden resaltar, cuenta la historia de manera convincente y dramáticamente correcta. El infortunio de los Victorinos cada uno en su “habitad” resulta coherente y va llevando al espectador a engancharse inmediatamente con la historia.

Destacan: Gabriel Agüero, Elvis Chaveinte y Abilio Torres como Los Victorinos, este último, sorprende como una revelación teatral que no habíamos visto sobre las tablas, un fresco y sentido trabajo de interpretación, demuestra el ímpetu de las nuevas generaciones teatrales del país, acompañados de Francisco Alfaro, Pedro Pineda, Gerardo Luongo, Rolando Giménez, Dora Farías, Rufino Dorta, Yurahy Castro, Simona Chirinos, Soraya Orta, Rossana Hernández, Demis Gutiérrez, Adriana Bustamante, Tatiana Mabo, Jean Carlos Rodríguez, Verlú Briceño, Johnny Torres y Mariana Calderón, entre muchos otros, además de la participación especial del Taller Nacional de Teatro, los actores asumen la altura del compromiso que se les presenta, teniendo en cuenta que esta es la cuarta obra de MOS llevada al teatro por Rajatabla. La primera fue Fiebre (1973), luego Casas Muertas (1987) para posteriormente completar una trilogía en 1992 con Oficina Número 1, todas dirigidas por Carlos Giménez.

Detalles por cuidar en la producción estética del montaje serían de provecho, como un diseño de vestuario más elaborado y el entrenamiento más rígido de los actores que se estrenan por primera vez en las tablas y que conforman el conjunto de reparto.

En síntesis, un merecido cierre con broche de oro para la Sala Anna Julia Rojas, bajo la administración del Ateneo de Caracas, suponemos similar a como fue su inauguración.



La Primera

UNEARTE, proyecto que desde 2008 fusiona los antiguos institutos universitarios de música, danza, teatro y artes plásticas en una sola universidad llamada: Universidad Nacional Experimental de las Artes, ocupa ahora el edificio que en otrora servía de casa al Ateneo de Caracas, aún es incierto los destinos de oficinas, salas de conferencias, salas de teatro y cine, salas de exposiciones, librería, entre otros espacios que por 26 años estuvieron promoviendo y ofreciendo una programación ininterrumpida de las distintas manifestaciones del arte en nuestra ciudad.

Hasta el momento lo único que queda claro es que el nuevo recinto universitario no cobrará entrada a los espectáculos que allí se presenten, desconocemos qué mecanismos se aplicarán para que los grupos puedan cubrir los beneficios de ganancias por el trabajo realizado.

Con este panorama, la agrupación de Teatro el Duende, liderada por Gilberto Pinto, abre la nueva etapa del edificio, sin embargo, no porque ellos así lo hayan determinado, sino por haber ya estados programados por la antigua administración y les ha tocado, casualmente, protagonizar este forzado génesis. Pero como creemos que nada es casual, Gilberto Pinto estrena su premiado y polémico texto más reciente llamado La visita de los generales, en el que nos cuenta la historia de un país en el que se ha secuestrado la consciencia y el que la persecución y las libertades se encuentran conculcadas, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

Un físico nuclear llamado Arthur Zenning (Carlos Márquez) debe abandonar su trabajo colaborando en la construcción de armas de destrucción masiva, debido a su creciente deterioro de salud. Sin embargo, los personeros militares del régimen de su país lo intentan obligar a continuar con su oficio torturándolo y vejándolo sin importar su estado. Pero Zenning no sucumbe y hace que la inteligencia y los valores individuales prevalezcan ante la barbarie y la ignorancia, como siempre ocurre.

La importancia de este texto y este montaje, estriba precisamente en el momento histórico, político y cultural en el que le toca aparecer. En él, Gilberto Pinto volcó su agudo pensamiento de hombre de teatro, de artista, de pensador, de político, de hombre que le duele su país y observa cómo sus instituciones se van desvaneciendo por caprichos ideológicos que no tienen asidero. Así lo demuestra a través de su anécdota, donde hila fino y con una extraordinaria lucidez y riqueza de lenguaje produce un drama insertado en una anécdota aparentemente foránea y que no nos toca como sociedad, pero que análogamente apunta a nuestras consciencias. Quien tenga ojos que vea, reza el dicho popular. Con La visita de los generales, Pinto se convierte en uno de los dramaturgos venezolanos con más lucidez política actual y que esperábamos, añorábamos con ansia desde hace ya una década. Quizá era necesario haber superado el tiempo transcurrido para poder decantar en una pieza teatral de este calibre una realidad tan contundente como la que se ve reflejada en la pieza de Pinto.

Su elenco, encabezado por el Primer Actor Carlos Márquez y la Primera Actriz Francis Rueda que impactan por su precisión y conocimiento de nuestro arte. Más que actuaciones sobre el escenario observamos intérpretes que dictan cátedra a través de su talento: Germán Mendieta, Vito Lonardo, Daniel Jiménez, Alexis Farías, completan un cuadro de lujo, que pocas veces hemos podido disfrutar en un montaje teatral. Y no podía ser menos, pues una pieza de este calibre merece actores que respalden el mismo.

Estamos seguros que La visita de los generales, marcará un hito en la historia dramática de nuestro país, marcará un antes y después, como lo hicieron en otrora: Lo que dejó la tempestad de Rengifo; El día que me quieras de Cabrujas o La revolución de Isaac Chocrón. No sólo por estrenarse en las condiciones que ya describimos, sino, porque como documento dramatúrgico, abre el camino si pudiéramos llamarlo con algún nombre: “ La Dramaturgia de la Reivindicación ”, en donde el autor a partir de un acontecimiento político determinado, impulsa su pensamiento y sentir acerca de la situación actual de una sociedad determinada y fija su posición, elevando su grito de protesta, de la manera más inteligente que podemos hacerlo los artistas: a través de nuestras creaciones.

L. A. R. *

Caracas, 7 de Julio de 2009

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