Desde finales del año que acaba de pasar y durante el primer trimestre de 2012 el Teatro Venezolano ha sufrido duros golpes y bajas en sus filas. Los maestros, directores, dramaturgos y actores de una generación que marcó pauta en la escena nacional se han despedido de este plano para elevarse a la inmortalidad.
El pasado domingo 11 de marzo a las 5 de la tarde, las redes sociales nos sorprendieron de nuevo con la funesta noticia de la partida del Primer Actor Germán Mendieta. Uno de nuestros histriones más destacados y que cultivó una impecable carrera desde su tierna adolescencia y hasta sus últimos días. Actor, maestro de actores y últimamente director, amén de coquetear con la dramaturgia en pequeños ejercicios dramáticos, Mendieta, se convirtió en un hombre referencia de nuestras tablas desde que decidió vivir en ellas y asumir el teatro como su forma de expresión. Desde que se vino a la capital a estudiar desde su natal Coro, en Falcón. Germán tenía la convicción del gusto por ser quien no se es. Por representar esas cosas que les pasan a los demás y que conmueven a todos.
Comenzó desde muy joven en
Desde Rajatabla, Germán nos conmovió con una de las interpretaciones más sublimes de Dalí en la pieza Buñuel, Lorca y Dalí o como El Quijote de la pieza En un lugar de la mancha, para coronar su carrera compartiendo la escena con el también fallecido recientemente Paco Alfaro, en la obra Trastos viejos de Javier Vidal.
Fue dirigido por los mejores, al final de su vida y ya alejado del elenco estable de Rajatabla, coqueteó muchas veces con la dirección escénica, disciplina que le preocupaba y la que desarrollaba con gran estilo y soltura, en tanto comprendía al actor por dentro. Entre sus trabajos dirigidos se cuentan: El peligroso encanto de la ociosidad de Gilberto Pinto, El maleficio de la mariposa de García Lorca, Yo soy García de Luis García Arau y Marineros, en donde compartió el rol de director con el de adaptador, al trabajar con los poemas de Pessoa.
Los que lo conocimos y compartimos con él dentro y fuera de la escena podemos dar fe de que Germán Mendieta era un extraordinario ser, sensible, “bonachon” eso que llamamos los venezolanos un alma buena. Siempre dispuesto a sonreír, a escuchar y corregir sus errores, a saber entregar el comentario asertivo cuando emitía su opinión acerca de cualquier trabajo que cualquiera de nosotros sus colegas hacíamos. Como maestro, logró que sus alumnos comprendieran la virtud que posee un ser humano cuando es capaz de conmover a un público pero por sobre todas las cosas enseñó la disciplina y el respeto por la profesión.
Estamos seguros que ha quedado un gran vacío, los llamados a impedir su olvido son sus alumnos, sus amigos más allegados, los investigadores y críticos que sin lugar a dudas y lejos de homenajes retóricos, puedan comprender y dar a conocer el legado de un hombre que vivió para actuar y vivió feliz.
Caracas, 16/03/2012
Comentarios: luisalbertorosas@gmail.com
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