Uno de los privilegios que me regaló la vida, fue conocer a Gilberto Pinto, no como maestro de actuación, ni como actor bajo su batuta, si no, creo que me tocó la experiencia más enriquecedora: conocer al hombre sabio fuera del escenario y entre amigos o desde la butaca como cualquier espectador común disfrutando la irreverencia de su verbo dramático y la osadía de sus puestas en escena.
Hace ya casi dos meses (el 7 de diciembre de 2011) decidió partir a una morada más cómoda que ésta su amada Caracas a los 82 años de edad. Su dulce voz siempre la recordaré teñida de enérgica y aguda lucidez, que para pesar de unos y para regocijo de muchos, mantuvo hasta el último minuto de su vida.
Si la memoria no me falla, nos conocimos en una de las tertulias, tipo rituales, que organiza la inigualable Carmen Jiménez, una de nuestras más experimentadas productoras, en su guarida del Laboratorio Teatral Anna Julia Rojas, a propósito de cumplirse un aniversario más del cumpleaños del Maestro Peterson, a pesar de su fallecimiento, Carmen y todo los que continúan llevando adelante el proyecto de Peterson, cada nuevo onomástico del maestro se celebra.
Estar en esas reuniones, es como participar de una experiencia religiosa. Hay exquisitas degustaciones, de todo tipo, queso variado y su acompañante más adecuado, el infaltable vino que simboliza, además, el sagrado elixir de nuestro dios Dionisio, deidad que rige a los teatreros. Uno se sienta entorno a una mesa redonda digna de los “Caballeros del Rey Arturo” Entre risas e historias insólitas del baúl de los recuerdos teatrales, me topé esa noche, con Gilberto y su adorada Francis, y jamás imaginé que ese portento de actriz, que yo admiraba desde mis tiernos 14 años frente al escenario del Teatro Nacional (cuando era la “Prima Donna” de
Para estrechar aun más mi afecto hacia Gilberto y Francis, en 2008
No le importaba quien estuviese enfrente, porque la verdad de su pasión y su lúcido intelecto se imponían. En ese breve discurso, evoco cómo calificaba la gestión cultural y, palabras más palabras menos, afirmaba que “el arte no puede ser para todo el mundo, eso es una gran mentira. Cómo es posible que se haga en una sala tan respetable como
El legado más grande que aprendí de Gilberto fue su sinceridad, su verdad, su dolor por el país y por la realidad que ante nuestros ojos nos aturde. Su sentir por el arte y su pesar por el pisoteo cultural que han realizado los que detentan el poder, quizás por eso no quiso continuar más en este plano. Su herencia más evidente son sus personajes en sus dramas, sus ensayos acerca del trabajo del actor y de nuestro teatro en general. Los que tuvieron el privilegio de ser sus estudiantes o estar bajo su égida como director, nunca tienen una palabra de reclamo, si no todo lo contrario, se sienten elegidos y bendecidos por su inteligencia. Y por trabajar junto a él.
Sin embargo, me considero privilegiado porque pude disfrutar, aunque me hubiese encantado que fuese por más tiempo, de su enseñanza y su genial sentido del humor con el que muchas veces sonrojaba a su amada Francis Rueda. Su obra está allí para ser revisada, re-interpretada y nunca se deje de representar, en ella se concentra buena parte de la “venezolaneidad” de la realidad transformada en metáfora con atormentados e inocentes personajes que deambulan incansablemente por buscar justicia. Ojala nosotros la encontremos en algún momento y así podamos decir que Gilberto Pinto nos guió alguna vez en su búsqueda.
Caracas, 27/01/2012
Comentarios: luisalbertorosas@gmail.com
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