viernes, 9 de septiembre de 2011

Ofrecen traiciones 2x1 en La Calle del Infierno


Arriban a su segunda temporada, esta vez se presentan en la Sala de teatro 2 del CELARG jueves, viernes y sábados a las 8 de la noche y los domingos a las 7, tres insólitas mujeres que le harán reír a mandíbula batiente a la vez que reflexione acerca del poder de la amistad y la traición.

Se ha colocado en el tapete en los últimos meses la discusión de que los “teatreros de oficio” los que hacemos teatro de arte alejados del llamado “COLICO” (Comedia Ligera Comercial) estamos cuestionados por la poca convocatoria que tenemos de público en las distintas salas. Está en entredicho por estos días, la duración de una pieza teatral por su poca o mucha taquilla. Varios ejemplos vienen al caso, los gerentes de teatros como el Trasnocho, CELARG o Premium, han programado piezas de arte en sus recintos, sin embargo les colocan una condición: el lleno de taquilla para lograrlas mantener en cartelera.

Hacemos este introito para hablar del extraordinario espectáculo La calle del infierno, que merecería estar permanentemente en cartelera. Arriban al final de su temporada y nuestro público, los caraqueños que no han podido apreciar este logro del grupo Afrodiartes, no deberían perderse por ninguna razón el gran trabajo que protagonizan las actrices: Claudia Nieto, Carolina Torres e Irabé Seguías. Dirigidas inteligentemente por otra fémina Verónica Arellano quien se lanza al agua de la dirección escénica por primera vez ¡Y de qué manera!

Amparadas bajo el manto protector de un texto dramatúrgicamente casi perfecto, emanado de la pluma de Antonio Onetti, Sevillano de nacimiento y humorista por naturaleza, nos regalan la historia de tres pobres cajeras de automercado que sueñan con una vida mejor, como todos, y que a partir de un concurso de baile tejen una trama de pasiones, amores, odios, traiciones que no permiten descanso alguno al espectador que se impacta de principio a fin y no desperdicia momento para el disfrute y la reflexión.

Un texto inteligente, pleno de humor, desparpajo y contundentemente real, nos conduce a la calle del infierno, un parque de diversiones donde una de ellas ha decidido jugarse su final.

Las actrices, veteranas de las tablas venezolanas, consiguen un nivel envidiable. En pocos montajes teatrales se logra una sinergia tan clara y precisa y no son muchos donde al espectador le cueste discernir cuál de todas las actrices está mejor. No solamente esto se logra con un sólido texto como el de Onetti, sino por una correcta dirección, alcanzada en esta oportunidad por la también brillante actriz Verónica Arellano. Y es lo que suele suceder cuando una intérprete de la talla de Arellano se aventura a la dirección escénica, pues conoce por dentro el oficio, lo ha vivido y padecido en carne propia. Su gran hallazgo en este montaje es explotar los talentos de cada una de sus actrices, sus performances, sus facilidades corporales, pero por sobre todo sus particularidades interpretativas a la hora de “decir del texto”. Además la dinámica de la planta escénica dibujada por Arellano, permite el ritmo perfecto para la comedia, lo que definitivamente es más difícil de lograr con este tipo de libretos, en los que si se pierde el ritmo escénico se viene abajo todo el espectáculo.

Quizás y es el único punto de atención que ponemos sobre este montaje, sería revisar la producción, para hacerla más cuidada en el sentido de los materiales con los que se construye la escena, podría dar mayor solidez a la estética de la obra y procurar un espectáculo casi perfecto, decimos casi porque la perfección está lejos de existir, menos en una obra de arte.

En síntesis y como colofón, con La calle del infierno asistimos a un redondo espectáculo que se disfruta de principio a fin y deja un sabor de buen gusto en los sentidos. Ojala los programadores de las salas comerciales pudieran apoyar más y reconocer que el verdadero teatro, defendido con talento, calidad interpretativa y sapiencia del oficio a lo único que apunta es a educar al espectador caraqueño que deambula ignorante entre obras donde todo se lo facilitan en bandeja de plata sólo para que la caja registradora suene cada vez más. Con un simple apoyo publicitario, comercial, que venga de los propios recintos escénicos, estaríamos en presencia de un nuevo “boom” del teatro venezolano, como en otrora…

L. A. R.

Caracas, 09 de septiembre de 2011.

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