La grandeza de un dramaturgo, no sólo
estriba en acumular piezas teatrales, o ganar premios literarios. Lo más
importante es que su obra trascienda en el tiempo y el espacio, que aunque sea
localista se transforme en universal: He ahí la inmortalidad, he ahí un
clásico.
No hablamos de otro que José Ignacio
Cabrujas (1937-1995) uno de nuestros más importantes dramaturgos que vuelve a
la palestra gracias al trabajo sostenido del Grupo actoral 80 (GA80) y su líder
Héctor Manrique, quien se ha propuesto retomar la dramaturgia “cabrujiana” para
mostrarla al país de hoy. Ya suman en su repertorio tres de las más
emblemáticas piezas del autor a saber: El
día que me quieras (1979); Acto Cultural (1976) y Profundo (1971); piezas
que forman parte de lo que el crítico e investigador Leonardo Azparren,
especialista en Cabrujas, ha denominado el cuadrivium,
completado con El americano Ilustrado
(1986).
El pasado fin de semana subió el
telón de Profundo, en la Sala plural
del Trasnocho Cultural, una de las obras más densas del maestro Cabrujas, en
tanto en ella se mezcla un imaginario religioso, ideológico y social que
retrata con excelsa ironía, como sólo él lograba hacerlo, al venezolano que
pone su fe en “algo” que le cambiará la vida aunque ese “algo” no exista, no
sea tangible y lo que consiga es el fracaso, la búsqueda de la riqueza fácil
que culmina en una obsesión sin sentido.
En Profundo asistimos a la historia de la Familia Álamo, conformada
por Magra (Tania Sarabia); Buey (Luis Abreu); Manganzón (Daniel Rodríguez) su
esposa Lucrecia (Pakriti Maduro) y su
sobrina Elvirita (Angélica Arteaga) quienes viven en una vieja casona donde
según un fenómeno sobre natural les hace creer que está enterrado un tesoro que
los hará millonarios, la idea de la existencia del Padre Olegario (supuesto
enterrador del cofre) es apoyada por La franciscana (Violeta Alemán) una suerte
de vidente-mezcla entre sacerdotisa y bruja- que se encarga de realizar los
ritos necesarios para encontrar el ansiado tesoro. Finalmente el mito de El
dorado inexistente se cumple y la terrible realidad aplasta a la familia Álamo
cuando lo que consiguen hallar es la putrefacta cloaca de donde emanan
insólitos objetos que se transforman en símbolos determinantes para hablarnos
de un país en ruinas que nunca deja de tener esperanzas de un cambio y siembra
esas ilusiones en un mesías que nos salvará de todo.
La lectura escénica de Manrique en
esta ocasión luce correcta, apegada al texto “cabrujiano”. Se apoya en el performance de sus actores, veteranos y
talentosos. Logra salir airoso en una complicada puesta en escena, pues todo
gira en torno al diminuto espacio donde se encuentra el hoyo que cavan durante
toda la obra. Inteligentemente, Manrique pone atención en la dirección de
actores y logra orquestarlos de una manera extraordinaria, cada uno en su rol
logra descollar de forma contundente su carácter sobre la escena. La solidez
del equipo artístico ofrece interpretaciones determinantes que pasean al público
desde el humor negro hasta la risa que se transforma en mueca por la dura
realidad que nos arroja en la cara el texto.
Destaca del grupo el trabajo del
primer actor Luis Abreu con su interpretación de Buey, pleno de matices,
cargado de intensidad y tensión, conmovedor en su relación con Magra y
Manganzón, contundente en su obsesión por la riqueza fácil, con este trabajo
comprobamos una vez más que Abreu tiene muy merecido el título de primer
actor. Lo secunda la versátil Tania
Sarabia, sobre los hombros de estos dos veteranos descansa la pieza durante el
primer acto, para luego pasarle el testigo a otra no menos veterana Violeta
Alemán quien conduce de forma batallante al resto hasta llevarlos a la locura
de la putrefacción de la cloaca hallada. Tania y Violeta son verdad en escena,
sapiencia de nuestro arte y resolución escénica que todo aspirante a actor o
director debe ver.
El elenco más joven que acompaña a
los veteranos está amalgamado, destaca Pakriti Maduro que entrega una
conmovedora Lucrecia, obsesa con la figura de Olegario, ya que es ella quien
recibe la aparición y hace cumplir lo dicho por el cura. Maduro ha logrado en
sus años de práctica actoral consolidarse como actriz y permitirse matices
contundentes y verdaderos que conmueven al espectador. Daniel Rodríguez se
encuentra en la búsqueda de su personalidad como actor, ha demostrado con
creces su talento, observamos herramientas ya explotadas por él en su
construcción de voz y cuerpo, sin embargo estamos seguros que explora
territorios nuevos con su Manganzón. Por su parte Angélica Arteaga, correcta en
su performance, debe cuidar
diferenciar aun más del personaje similar por el que transitó cuando se llevó a
escena Acto Cultural. Muy difícil
tarea esta en tanto son caracteres sumamente parecidos.
En síntesis esta nueva lectura de Profundo invita a la reflexión no sólo
por la grandeza de José Ignacio como cronista de un pueblo tan mancillado e
inerte como el venezolano, si no por la contundencia del verbo “cabrujiano” que
se ha transformado en nuestro clásico contemporáneo y a la vez por reconocernos
en una historia que escrita a comienzos de los setenta parece que haya sido
terminada de tipiar el día antes de su estreno en 2013. La historia es cíclica
esperemos que no se convierta en un círculo vicioso que es lo que se vislumbra.
L. A. R
@rosasla
Caracas 6 de febrero de 2013.
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