domingo, 10 de agosto de 2008

El TET y Contrajuego proponen sendas visiones del país



Parecía que el momento no iba a llegar, tuvimos que esperar casi una década de ebullición política, social y económica, para que los creadores del Teatro Venezolano volcaran su mirada hacia lo que nos está pasando como sociedad. Hasta el momento, algunas agrupaciones aisladas habían hecho el intento, pero sin ninguna trascendencia, hoy gracias a los montajes: Marat Sade y Parece que va a temblar, podemos decir que nuestra escena nacional dispara las alarmas y escenifica el reflejo de una nación cada vez más viciada y carente de valores.

El TET de cumpleaños
Hace ya treinta y cinco años que un grupo de experimentadores teatrales asumió el reto de reunirse en los sótanos del Aula Magna y sellar lo que dio lugar al Taller Experimental de Teatro (TET), liderado en aquel entonces por Eduardo Gil. Más de tres décadas han pasado de constantes búsquedas, de definición de un lenguaje propio, de introducción de nuevas técnicas escénicas, de vanguardia y renovación de la escena venezolana, eran los años setenta y con ellos asistíamos al génesis de una de las agrupaciones que hoy en día es punto de referencia y ejemplo de profesionalismo y estudio de las artes escénicas en Venezuela.

La celebración de los treinta y cinco del TET, no podía ser de otra manera, sino con bombos y platillos, botando la casa por la ventana, pero no literalmente, sino simbólicamente, lo que llamaremos botar la casa por la ventana, en este caso, se reduce a invertir creatividad, ingenio, compromiso profesional y político para colocar en escena una pieza como Marat Sade, original de Peter Weiss, uno de los dramaturgos europeos más reconocidos del Siglo XX, brillantemente dirigido por Juan Cordido.

“Marat-Sade relata su anécdota en el sanatorio de Charenton, donde se presenta una obra teatral que un ilustre paciente, el Marqués de Sade, ha escrito y dirigido. Esta pieza es interpretada por otros internos de la institución. El tema: el asesinato del líder jacobino Jean-Paul Marat, por parte de la joven girondina, Charlotte Corday en 1793. El tema opone dos conceptos enemigos de la revolución, el de Sade sobre la revolución de la libertad y el individuo y el de Marat sobre la igualdad social y el fin de la pobreza”. [1]

Con sendas posturas ideológicas en torno a la revolución política que eternamente ha intentado el hombre a lo largo de la historia universal, es que, sagazmente, el director, hace confluir en este montaje una impecable interpretación de sus histriones, junto a una arrojada puesta en escena plena de teatro minimalista y multimedia, cargada de simbología muy impactante, que hace reflexionar acerca de nuestro proceso político actual.

El TET denuncia, grita fuerte, rompe esquemas, es contundente, mordaz, incisivo, penetrante y da justo en el clavo con lo que un artista de la sociedad venezolana actual vive en medio del ojo del huracán de una mal llamada “Revolución”; que después de casi una década, todos nos preguntamos: ¿Dónde está?

Con ese particular estilo transgresor, que ya el texto por sí mismo arguye, se dibuja una extraordinaria crítica, tomando una anécdota pasada para contar un hecho histórico actual, a la mejor manera del teatro “cabrujiano”, el colectivo experimental, toma el texto de Weiss y lo presenta para hablarnos de nosotros mismos. Un despliegue multimedia, recursos técnicos creativos, luz, videos, música, cuerpos, voces, textos, impregnan el espacio, sin permitir descanso alguno durante hora y media, para contar los momentos finales de la vida de Jean Paul Marat, un fascinante juego donde la metateatralidad es la protagonista y la yuxtaposición de espacios temporales juegan a narrar la locura de una revolución perdida.

Las interpretaciones resaltan y cautivan al espectador, por su sencillez y contundencia, por el despojo del elemento escenográfico y la decoración, por la carencia del vestuario elaborado. He ahí donde reside la magia, el actor como es, dejando que el personaje denuncie y grite a los cuatro vientos la poca consciencia de una sociedad arrastrada al vicio político, que se revuelca en sus propios excrementos sin darse cuenta de lo que hace. Exactamente como los desquiciados del Sanatorio de Charenton. Determinantes son las caracterizaciones de Carlos Sanchez Torrealba en su papel de Sade y de Jesús Sosa, como el atormentado Marat, en ellos se sostiene todo el conjunto de actores, junto a una exquisita Charlotte Corday, en la voz de todo el elenco (acierto innegable de la dirección) y el cuerpo y emociones de Auraelena Pizanni. También resaltan los trabajos de los veteranos: Guilermo Díaz Yuma, Alma Blanco y Ludwing Pineda, junto a los jóvenes Ángel Ordaz y Dixon Da Costa.
En resumen, asistimos a la concreción de un inteligente montaje, sin pretensiones espectaculares, que lejos de convertirse en un panfleto político, impacta por su auténtica y fina crítica social. Con esta puesta en escena el TET acierta de nuevo y da cuenta de sus treinta y cinco años de madurez profesional sobre las tablas venezolanas.

Un terremoto se avecina
En 2003, el director, actor y dramaturgo Ricardo Nortier, de origen brasilero, pero radicado hace ya muchos años en Venezuela, realizó una disección de nuestra sociedad a propósito de los eventos políticos acaecidos en el país durante 2002. Nortier se distanció de los hechos y sus consecuencias, produjo así, una trilogía de textos intitulada: Revoluciones Por Minuto, contentiva de las piezas: Parece que va a temblar, Esperancita y Semáforo. La primera cumple temporada en la Sala Horacio Peterson del Ateneo de Caracas, gracias a las interpretaciones de: Eulalia Siso, Antonieta Colón, Gabriel Agüero, Arianna Savio y Alberto Alifa, bajo la dirección de Orlando Arocha, líder del grupo Contrajuego y que con este montaje se convierte en uno de los directores venezolanos más comprometidos con su realidad circundante.
Arocha, literalmente encajona la puesta en escena, la asfixia, la limita a un espacio incrustado, es una caja, que representa la sala de la típica casa de La Abuela (Antonieta Colón), de una familia clase media venida a menos. Ahí está uno de los aciertos de la dirección, la creación de este espacio, produce inmediatamente la asfixia, la aglomeración, el hacinamiento, la falta de aire: así se encuentra la familia venezolana. Destinada a sobrevivir a una realidad, que, en muchos casos no hemos escogido y que parte de los caprichos de una dirigencia política extraviada. En consecuencia, los personajes de esta disfuncional familia venezolana, fracasan eternamente, intentan el cambio, quieren pero no pueden y por eso sobreviene el hastío, la impotencia y finalmente la resignación y el vivir de batallas intrascendentes que nunca se ganarán: “Son figuras que tratan de hacer su propia revolución desde la más básica cotidianidad. Ya no hay posibilidad de transformación, reina el fastidio, el desencuentro, la intolerancia y como individuos imponen sus ideas radicales, discursos vacíos, temas banales.”[2]

Lo más terrible del asunto, es que, esa es la realidad no sólo de la familia, sino de las instituciones que nos gobiernan, donde impera el vicio, el arribismo, la corrupción, la ignorancia, la marginalidad, la dejadez y la falta de proyectos de país en función de sus necesidades. Cada quien defiende su pequeño territorio, su bolsa de comida, su bozal de arepas. Como bestias, se agrede al otro sin importar las consecuencias. Nos asesinamos, insultamos, ignoramos, maltratamos, injuriamos y nadie hace nada la impunidad es la gran protagonista.

Parece que va a temblar, bebe lo más oscuro del venezolano, retrata con fina pluma en cuatro monólogos, las miserias de un país y sus habitantes, o mejor dicho, sus sobrevivientes. Inteligentemente, Nortier introduce el dedo en la llaga para causarnos el dolor más profundo y golpear duro. Su estructura dramatúrgica invita al soliloquio, a la reflexión, al pensamiento introspectivo de cada personaje, a la individualidad, cada uno monologa, aunque esté el otro, no importa lo que diga: los más grandes improperios, maldiciones y vejaciones, se escupen en un discurso que no trasciende al otro personaje, pues la indiferencia es tal que ya ni siquiera importa qué sucede con mi semejante y si es mi familia menos aun.

No sólo la pérdida de la esperanza, sino el verdadero debacle de los más elementales principios de humanidad están en tela de juicio en esta pieza. Que irrumpe en la escena caraqueña como un llamado de alerta, si se quiere, como un grito desgarrador en medio de tanto silencio y tanto aguantar golpes, en ese mismo instante cuando creemos que las fuerzas nos abandonan, es ahí donde los cuatro personajes de esta tragicomedia contemporánea “vomitan” sus putrefactos verbos.

Los actores por su parte evidencian la correcta dirección de Arocha. Este es un montaje meramente textual, no hay casi dramaturgia escénica, no se necesita, el movimiento está en el interior de cada personaje, son volcanes en plena erupción, pero han impedido tanto que ésta ocurra, que cuando sobreviene la lava ya está convertida en humo, por eso no se escuchan entre ellos. Resaltan las interpretaciones de Colón, a quien teníamos tiempo sin disfrutar de su talento en escena, actriz de gran madurez histriónica, que debería ocupar mayores listas de elencos en las tablas venezolanas. Eulalia Siso, demuestra su veteranía en el papel de La Madre , ella es todas las madres venezolanas, no panfletaria, no estereotipo, todo lo contrario, es la encarnación de la clase media profesional extraída de raíz y despojada de toda posibilidad de retoño. Los jóvenes: Agüero y Savio, representan dignamente a las nuevas generaciones de actores venezolanos, el primero, formado en la agrupación Rajatabla, se hace su propio camino en el difícil arte de la actuación, pero siempre sale airoso por su indiscutible talento. Por su parte Arianna Savio, arranca con esta pieza su vida de actriz profesional, con muy buen pie, auténtica, con verdad en lo que le toca representar. Alifa, echa mano de sus años en el medio actoral y resuelve de manera correcta su papel de Padre-parásito, sin muchos artificios.

En consecuencia, tanto el Taller Experimental de Teatro como la agrupación Contrajuego, han dado un golpe certero en la cartelera teatral caraqueña, han despertado el silencio y estamos seguros propiciarán la discusión estética, dramatúrgica, social y política tan necesaria en estos tiempos. Más aún si su seno es el arte teatral. Como ya lo han afirmado muchos, el teatro es vocero de su sociedad, cuenta los procesos de transformación de los pueblos que lo producen, gracias estos sendos montajes, podemos decir que ha comenzado a verse la luz al final del túnel.
L. A. R
Caracas, 05 de agosto de 2008
[2] Tomado del programa de mano de la obra.

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